Sociedad
Zadely, 12 años a 9.000 kilómetros de su país para que sus hijos tengan un futuro
Los rostros de Tres Barrios, Sevilla
C. GONZÁLEZ
Sevilla
Imposible ponerse en la piel de un inmigrante. Las calamidades por las que pasa, el desarraigo y la soledad, la carencias de las necesidades más vitales. Eso ya se sabe. Pero oírlo contar es dar una oportunidad a la empatía para descubrir que ni por un momento puedes imaginar cómo se sienten. Así ha ocurrido en la fase de recogida de información para un documental. Hablar con Zadely Alejandra Sosa Arteaga (37 años, Santa Cruz, Bolivia) ha sido comprobar cómo una mujer sola, con dos niños, sale adelante en la calle Mirlo de Sevilla, en pleno barrio de Los Pajaritos, el más pobre de España, según unas estadísticas injustas para una ciudad que se vende por su belleza, su patrimonio y la solidaridad de su gente.
Zadely es boliviana. Llegó a España hace casi doce años, embarazada de su hijo Juan Sebastián, un joven que tiene marcado en su rostro las dulces facciones de los habitantes de este país, situado en el centro occidental de América del Sur. Ella es periodista, aunque no ejerce su profesión. Desde que llegó a este país ha trabajado especialmente de asistente en casas, limpiando, pintando y de camarera.
«Mi hermano vivía aquí, tenía un bar, quería que me viniera, pero yo estaba bien allí, estaba trabajando en una emisora de radio, me conocía mucha gente, me sentía bien». Pero decidió venirse al quedarse embarazada. No lo tenía decidido del todo y preguntó a su familia y a su jefe y todos le dijeron que en Bolivia no había futuro para su hijo.
«Mi jefe me dijo que en España la Educación y la Sanidad era gratis de verdad, no como aquí que dicen es gratis y no lo es», pero también le dijeron: «Si tiene que irse, hágalo para toda la vida», porque hay gente que ha estado unos años, suficientes para ahorrar y comprarse una casa, y han vuelto.
Ella no, le gustaría hacer un viaje, pero para volver. Estuvo también casi un año en Argentina y cuando regresó a Santa Cruz, ciudad boliviana donde vivía, «me pareció una ciudad muy sucia». Sus raíces están todavía en el tono de voz, en su negro pelo, rostro ancho y ojos rajados, piel morena, de recortada estatura y sonrisa limpia. Y en la cadencia de su discurso. «Mi madre dice que por qué grito y aquí me dicen por qué hablo bajito». Siente que está entre dos países y ese es su destino.
Estar embarazada fue la razón por la que recorrió casi 9.000 kilómetros sola. ¿Lo primero que le llamó la atención? Llegó en junio y descubrió cómo son las infinitas tardes de verano en Sevilla (en Bolivia a las 7 de la tarde ha oscurecido). Contar paso a paso su historia en estos doce años llevaría días, por eso salta de un recuerdo a otro, lo más significativos.
Por ejemplo, el de la muerte de su hermano. Sí, la persona que tanto le insistió en que viniera a España, enfermó de leucemia y su vida acabó en España. No sólo se quedó sola con un niño pequeño, sino que el socio de su hermano en el bar, no le dio nada, a pesar de que antes de morir le habían asegurado que todo lo invertido en el bar sería para ella y el niño. «Como estaba indocumentado, todo lo invertido se puso a nombre de su socio y no me dio ni para un paquete de pañales».
Sin recursos, con un niño de 4 meses, tuvo que aprender a moverse y pelear contra las adversidades, tenía sólo 25 años. Desde entonces, ha trabajado en todo lo que le salía, incluso en la casa de una pareja de abogados, en la que terminó tratada injustamente pero con la dignidad que hoy muestra en una vivienda de Los Pajaritos, de poco más de 50 metros cuadrados. Pequeña, cuidada, limpia, decorada con restos de muebles, una parte donados, al igual que la ropa que ella y sus hijos llevan puesta.
Sus hijos, porque ya tiene dos. Además de Juan Sebastián, está Alejandro, de 8 años de edad, de padre español. Cuando ve llegar a quienes iban a entrevistar a su madre, sonríe desde el breve balcón de una fachada rodeada de desconchones, suciedad y restos de humedad. Con cuatro macetas de flores que su madre ha plantado para que la vida también se muestren entre tanto abandono. Vive en el primer piso de uno de los antiguos bloques de la calle Mirlo, de los primeros del barrio, con una escalera vieja y maltrecha.
Pero cuando pasas el umbral de la casa, sólo ves humildad, buenas maneras y la dulce sonrisa de Zadely que han heredado sus dos hijos, especialmente Alejandro. Dice que, en este barrio, hay gente muy solidaria. «La gente que menos tiene es la que más te ayuda». Explica que la mayor parte de la ropa que pone a los niños es de segunda mano, la trae en una gran bolsa donada, escoge lo que le viene bien y el resto se lo pasa a otra vecina. Lo mismo explica con la mesa, regalada por María José, trabajadora social de la Asociación Tres Barrios.
El piso en el que vive también fue una donación, de una familia que la entregó para alguien necesitado de techo. Los primeros moradores fueron una familia rumana que se metió en un lío y tuvo que volver a su país. Después se la entregaron a ella, para que pudiera ahorrarse los 300 euros que pagaba de alquiler en un piso del Patio del Conde, también cerca de La Candelaria; era mucho dinero para su pobre economía familiar.
Zadely educa a sus hijos cada minuto. Dice que el que roba un banco empieza siempre por algo más pequeño, por eso, como una letanía, cita la frase. Al igual que les dice que tienen que respetar a las visitas, y dejar hablar sin molestar. Es estricta, a la par que cariñosa, y tiene que ser muy fuerte para vivir sola y mantener a raya la vida de este barrio, sin dejar de socializarse. «No tengo relación con la comunidad boliviana porque no me siento identificada con ella», dice.
Sin embargo, cuando va por la calle con su hijo mayor, Juanse, tiene que parar constantemente para saludar. «Ya no soy Zadely, soy la madre de Juanse». A pesar de las duras condiciones de Los Pajaritos, donde las peleas y la presencia de la policía es el día a día, dice estar a gusto y sus hijos, más. Tanto que en Navidad se fueron a casa de una amiga a Sevilla Este, «aquí hay fiesta en la calle, puedes tirar cohetes, en aquel barrio no, es más divertido Los Pajaritos».
En la mesa del comedor tiene restos de cartulina, bolas de plástico, Goma Eva, para hacer la decoración de un cumpleaños. Alejandro enseña orgulloso lo que es capaz de hacer su madre, además de distintos tipos de manualidades, cose cortinas, fundas de sofá, vestiditos de bebé.
A Juanse le gusta el fútbol y su madre ahora lo tiene castigado. Es un buen niño pero ha empezado la ESO y está un poco perdido. «Le repito que al profesor tiene que tratarlo con respeto». Zadely lee los mensajes de la tutoría que le han llegado del instituto. El hijo agacha la cabeza.
A la espera de volver, porque Juan Sebastián quiere un balón del Betis firmado por sus jugadores y una promesa es una promesa. Es del Barca pero una propuesta como ésta no es como para rechazarla. Y lo recuerda a gritos cuando ya la calle es el nuevo destino de una directora de documental inquieta y de una periodista a la que le gusta seguirla de cerca.
Porque las historias de vidas tienen que estar documentadas y hay que mirar a los ojos de sus protagonistas aunque sea imposible ponerte en su piel.
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