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Cultura

Una estirpe en extinción

José Manuel García Llamas y Jesús Rodríguez Domínguez

Los libros de Javier Marías están llenos de otros libros», pensaba yo mientras desayunaba en un bar y ojeaba al unísono algún pasaje de Tu rostro mañana ante la mirada atónita de la gente, la cual se asombraba de ver a alguien con un libro entre las manos. Probablemente fueran miradas de miedo, como quien observa a un individuo armado, o acaso, miradas recelosas de quienes no se fían nunca del prójimo. Quizá, tal vez, fueran miradas de odio y de desprecio, quién puede saberlo.

En cambio, sí sabemos a ciencia cierta aquella teoría de la que nos hablan recientemente algunos escritores contemporáneos y donde afirman que todos los libros persuaden a sus lectores a modo de cantos de sirenas dirigiéndolos irremediablemente a otros muchos libros, concatenándolos así unos ejemplares con otros como si de una ininterrumpida cadena se tratase. Mas no se llame a engaño: los lectores aficionados a volúmenes de características  similares a los textos producidos por Dan Brown, Stieg larsson, Carlos Ruiz Zafón, Ken Follett, y demás variopintos autores, que a mi parecer no tienen nada que decir, inexorablemente terminarán acercándose a otros compendios de la misma clase, a otros manuscritos cortados por la misma tijera del olvido, y los cuales únicamente sirven al entretenimiento quedando por consiguiente sus carentes vidas longevas en la postergación y en el extravío, en el abandono y en el desuso. De hecho, no conozco ninguna coyuntura por la que un lector de Dan Brown, por ejemplo, haya terminado leyendo a Góngora, a Tito Livio, a Homero, a Plutarco. Probablemente alguien, tú mismo, lector, puedas haber conocido uno de estos extraordinarios leedores, pero en todo caso sería la excepción que confirma la regla, quiero decir la regla por la cual la sola existencia de un suceso aislado en un determinado contexto no determina la obligatoria presencia de este mismo hecho en los demás casos, que como escribió Cervantes: «una golondrina no hace el verano».

Mientras seguía desayunando y releyendo, me topé con las páginas donde Javier Marías, ya sea por un ajuste de cuentas, ya sea por cualquier otro motivo, arrojaba una lanza acerada al escritor Trapiello, autor de libros como El buque fantasma, Los confines o El final de Sancho Panza y otras suertes, aludiéndolo en la novela como Tello-Trapp. Reparé entonces en esta secuencia oracional: «Leí a algún glosador deshonesto e incompetente -quizá era Tello-Trap pero pudo ser otro […]-», y en aquel instante tuve la impresión de que Javier Marías trataba de demostrar a lector que de alguna manera los libros de Trapiello se equiparan en calidad artística y rigor histórico a los de esos autores mencionados anteriormente, los cuales dedican meramente su obra al más puro pasatiempo. Incluso en hexagono.blogspot.com.es leí una vez este párrafo: «De Andrés Trapiello dijo, en aquella misma novela de 1998, que era el novelista más inepto de España; y en Tu Rostro Mañana abunda en sus coñas al de Manzaneda de Torío, en esta ocasión distorsionando cómicamente su nombre y refiriéndose a él como el deshonesto e incompetente Tello-Trapp.».

Me acordé entonces de cuando alguien una vez me dijo que Trapiello escribía maravillosamente y me contaba lo no poco provechoso de sus libros, en concreto recuerdo que me hablaba sobre Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936 -1939), de 1994. Esta misma persona, debido a la entredicha calidad de Trapiello como novelista según Marías, puede que hoy niegue haber dicho tal cosa, incluso quizá se sintiera ofendido si se le recordaran sus propias palabras, aún siendo la verdad y lo acontecido. Quién no ha conocido en su vida algún individuo que después de gritar convencidamente y a viva voz determinada idea, o cierto placer por alguna cosa, y que más tarde, por cualquier razón o motivo, lo ha negado todo, como si hubiera olvidado de pronto el momento aquel en que dijo tal o cual cosa, como si por arte de magia se hubiera borrado de su memoria ese episodio concreto y molesto y no hubiera ocurrido nunca jamás, contradiciéndose así mismo una vez tras otra, retractándose todas las veces posibles, negándolo como Pedro negó a Jesús: «Pedro estaba sentado abajo, en el patio; llegó una de las criadas del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y le dijo: «También tú andabas con Jesús el nazareno». Él lo negó diciendo: «No sé ni entiendo lo que dices». Salió fuera al vestíbulo, y cantó el gallo. Al verlo de nuevo la criada, volvió a decir a los presentes: «Éste es de ellos». Él lo negó otra vez. Y poco después los presentes decían a Pedro: «Ciertamente eres de ellos, porque eres galileo». Pero él se puso a maldecir y a perjurar: «No conozco a ese hombre que decís» Y al instante cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Antes de que el gallo cante dos veces, me negarás tres». Y se echó a llorar».

¡¡Santo mago..!!, ¿es que acaso no vivimos una época en que la memoria es vaciada aparentemente de todo cuanto a uno pueda perjudicarle así sea por quedar en ridículo, sea por correr peligro, así sea por negar la culpabilidad, ora por convencer en una conversación y también añadir la última palabra, ora por tergiversar la verdad, y, por consiguiente, nadie es lo suficientemente valiente para afirmar sin miedo «a lo hecho, pecho»? Más bien parece ser todo lo contrario. En estos tiempos que corren vertiginosamente, en dichas situaciones siempre se cita esa curiosa muletilla aliterada en la que se repite estoicamente una y otra vez el fonema dental y sonoro «d»: «donde dije digo, digo Diego».

Así bien, más tarde, mientras seguía hojeando el libro, reparé en el momento donde el autor de Tu rostro mañana, Javier Marías, narra el suceso que le ocurrió al padre del protagonista de la novela. En tal episodio, Javier Marías describe una figura, un sujeto, un perfil  ficticio al que sin embargo podríamos encontrarlo en cualquier momento de nuestra vida siempre cambiante y nunca a gusto de todos. Así pues, este novelado personaje aprovechándose de su situación privilegiada de la dictadura franquista denunció al padre de Jacobo Deza (narrador y protagonista este de la novela), por su condición de rojo ante la policía del ya aclamado régimen y con el objetivo de darle muerte injustamente, ya que el contenido de la denuncia era absolutamente falso, como tantos y tantos chivatazos y soplos que llegaron a los agentes armados de cualquier hijo de vecino, y que tan impunemente actuaron.  Ya, como colofón final el padre de Jacobo Deza ante la situación en la que se ve envuelto por culpa de su amigo de juventud (el denunciante fue en un tiempo atrás su amigo y compañero en la facultad) consigue liberarse. Sin embargo, este personaje tan malévolo y a la vez tan real creado por Marías que intenta por todos los medios señalar al inocente padre de Jacobo para que acabe preso o asesinado, acaba como profesor de una universidad, libre de ataduras morales y éticas. Pero ante dicha escena, el padre de Jacobo aconseja a su hijo que en tales circunstancias el hecho de estar alejado  lo más posible de sujetos de tal índole y no tenerle rencor a ellos ni a nadie es la única salida, o por lo menos es una solución civilizada propia de personas,  porque el rencor nos envilece y nos convierte en seres peores y menos dignos.

Para finalizar, he de decir que el único analgésico contra esta adversidad insertada en el día a día de cada uno de nosotros o tal vez la única forma de luchar contra ello, contra aquellos que niegan lo que dicen, una vez habiéndolo expuesto a otros, evitando la verdad por los intereses creados, es precisamente olvidar la existencia de estos entes que en algún momento formaron parte en nuestras vidas, como bien nos lo explica Marías en su libro. Hay que borrarlos de la realidad, aunque te los encuentres junto a ti en la barra de un bar. Aunque te los tropieces en la calle y te cruces con ellos y sus miradas te persigan desafiantes. Aún cuando los veas en el trabajo. Olvídalos, anúlalos, apártalos de ti porque cuando ellos puedan, cuando esté en sus manos alguna posibilidad de faltar a la verdad causándote algún perjuicio todo en detrimento tuyo, lo harán sin pudor, sin pensárselo dos veces, sin vacilar ni temblar, como el soplón que denunció a su vecino o a su amigo por comunista y una noche la policía se lo llevó y nunca más volvió a verlo, comportándose peor que una  alimaña. Y si acaso te enfrentas a ellos, efectivamente, perderás. Si un hombre o una mujer no es lo suficientemente valiente como para afrontar sus cuitas, sus yerros, sus descuidos, sus mentiras, sus falsedades, se convertirá en personas non grata para aquellos que tienen buena voluntad. Siempre he pensado que a los semejantes hay que conocerlos en las malas tesituras, porque a las buenas los comportamientos de estos serán siempre fingidamente bondadosos y fraternales. A las malas nos daremos cuenta de cuál es el valor y el aplomo de una persona, o eso me gusta imaginar. Pero nunca hay que tener rencor, nunca, para así volver, si fuera posible, a empezar un nuevo orden como marca el principio cervantino: «¡Adiós, gracias; adiós, donaires; regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!».

Empero por triste que suene, en la sociedad que nos ha tocado vivir continuamente está desapareciendo la persona íntegra, la que no miente, la honrada, aquella persona sin inquina y sin maldad. Por esto creo yo que, como dice Jesús Ferrero, «este mundo está lleno de necios». A los seres honrados, a los amigables, a los bondadosos, a los cariñosos, a los confiados y considerados, a los educados y a los corteses, a los generosos, a los humildes y a los intuitivos, a los justos y leales, a los obedientes y respetuosos, a los sensibles y a los tiernos, en definitiva, a los románticos parece que cada día que pasa es más difícil localizarlos. Sin duda alguna, estos modelos de personas son ya especies que como el lince ibérico están condenadas a su extinción.

José Manuel García Llamas, técnico de desarrollo de aplicaciones informáticas y actualmente estudiante del segundo año del Grado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Jesús Rodríguez Domínguez es Graduado en Magisterio por la Universidad de Sevilla y también estudiante del segundo año del Grado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Periodista. Directora y editora de aionsur.com desde 2012. Corresponsal Campiña y Sierra Sur de ABC y responsable de textos de pitagorasfotos.com

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