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Coronavirus

Un país en sus manos

Un país en sus manos

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Tal vez la puntualidad no sea la principal característica de los españoles (virtud que se han apropiado los ingleses). Sin embargo, desde que se decretó el estado de alarma, como un reloj, España se reúne en un aplauso a las ocho de la tarde. El motivo, apoyar y agradecer el coraje y la entrega del personal sanitario en la emergencia sanitaria que ha desatado el Covid-19.

En Marchena, Bea Ruiz también aplaudía desde su ventana. Pero en su interior algo le decía que reconocer el esfuerzo no era suficiente si se quedaba en casa. Bea es enfermera, terminó la carrera en junio y se presentó al EIR en febrero. Aunque ha obtenido plaza, la expansión del virus ha paralizado la asignación.

Con la pandemia tan avanzada, trasladarse a Madrid, el mayor foco de contagios del país, es para pensárselo dos veces. Pero Bea se lo pensó lo justo: el 19 de marzo se marchó para servir de refuerzo en el Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla.

Cambios

A trece kilómetros de allí, en el Hospital Infanta Leonor, trabaja otro marchenero. Miguel Ramírez tiene 28 años y lleva casi tres trabajando como enfermero pediátrico en la capital. También trabaja en un hospital privado, el Hospital Universitario HM Nuevo Belén. Ahora mismo, su contrato entre las dos clínicas es del 150 %.

Mientras la gran mayoría de los españoles se queda en casa, Miguel continúa su rutina. Se levanta como cada mañana para ir a trabajar. Antes de marcharse, consulta los periódicos, como de costumbre. Pero cuando llegue al hospital, ya no tratará con niños.

La necesidad de priorizar la atención de pacientes con coronavirus, se ha traducido en la reorganización del hospital. Por eso ahora, como el resto de sus compañeros -independientemente de la especialidad-, solo se dedica a pacientes ingresados por “neumonía bilateral COVID-positivo”, sobre todo, mayores y pluripatológicos.

“Al principio nos costó un poco porque es una realidad que no te esperas y tienes que organizarte y organizar los recursos”, confiesa Miguel. La sobresaturación de los recursos, la incesante llegada de enfermos, el descontrol y el caos en algunos momentos, hacen que Miguel sienta que están librando una batalla. “Es algo que está por encima de nosotros, que no controlas”.

Un reto diario

La concentración estos días es crucial porque la situación exige unas medidas de protección rigurosas. “Tienes que estar concentrado al ponerte y quitarte el EPI porque ahí es donde está el riesgo de contagiarte. Un fallo puede hacer que se rompa la cadena de limpio”.

El EPI al que alude Miguel es el equipo de protección individual, el escudo de los enfermeros en el campo de batalla. Se compone de bata impermeable, gafas de protección ocular y mascarilla con filtro FPP2, fundamentalmente. Se trata de un elemento de vital importancia para evitar el contagio del personal sanitario que se expone a diario.

Sin embargo, Bea afirma que la protección cada día es diferente y varía según la planta. En una faltan mascarillas, en las otras escasean las batas. “Nunca sabes lo que te vas a encontrar. Nos han dicho que guardemos las mascarillas porque tendremos que reutilizarlas”. Miguel coincide con la enfermera marchenera. “Un día tienes una bata impermeable y al día siguiente es una porosa y una especie de mandil blanco que hace la función de impermeable, pero no cubre los brazos”.

No obstante, celebra la llegada de un equipo parecido al que han usado en China. “Está muy bien, tiene una capucha que te cubre todo el pelo y parte de la frente”.

Como luchar con “un tirachinas”

La falta de material también se palpa fuera de la capital. Alejandro Sánchez lleva trabajando más de cinco años en Palma de Mallorca. Este marchenero de 29 años es enfermero de vocación, de los que se sienten afortunados cada mañana al ir a trabajar.

Su situación es diferente a la que se vive en el hospital: trabaja de urgencias en un centro de salud. Aunque han sustituido las consultas presenciales por asistencia telefónica para evitar focos de contagio, “tenemos que estar siempre protegidos contra todo, puede venir cualquier cosa”, explica Alejandro.

Y, sin embargo, “no hay mascarillas buenas ni trajes para todos. Es como si te digo que vayas a la guerra y te doy un tirachinas. Apáñatelas como puedas. Estamos gastando nuestro dinero y esfuerzo para protegernos”. La población se ha solidarizado con el centro de salud y está empleando su ingenio para intentar paliar la escasez de recursos. Trajes hechos con bolsas de basura cosidas unas con otras, o mascarillas a partir de tela de cortinas, “son inventos para salir del paso”.

Profesionalidad ante el riesgo

El miedo a contagiarse existe porque el riesgo es real. Según informó el director del Centro de Coordinación de Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, el pasado 27 de marzo, la cifra de sanitarios contagiados por coronavirus había ascendido a los 9.444 casos.

A pesar de la satisfacción que le produce su trabajo, Alejandro tiene que lidiar ahora con la preocupación de poderse infectar. No solo por él, sino porque podría propagarlo. De hecho, esa es la preocupación de mucho de sus compañeros. Algunos viven con familiares que pertenecen al grupo de población de riesgo y “directamente no van a trabajar porque no se perdonarían contagiar a su familia”.

“Siento que me estoy sobreexponiendo. Es algo nuevo que no controlamos y eso crea inseguridad”, confiesa Alejandro. Bea también admite el temor a contagiarse y Miguel la existencia del riesgo, pero lo afronta con profesionalidad: “al final es un riesgo bajo y somos conscientes de que lo estamos corriendo. En estos momentos no cabe otra que trabajar. Lo acepto y cuento con ello”.

Rompiendo el silencio

Entiende que es una situación complicada, pero insiste en que “es lo mínimo que tienen que asegurar a los trabajadores”. Desde Palma de Mallorca, Alejandro se pregunta: “¿si no podemos protegernos nosotros, cómo vamos a proteger a los demás?”. Contagiarse significaría quedarse en casa, aislado. Y el sistema sanitario no puede permitirse un jugador menos en el equipo. Eso inquieta a Miguel. “Va a llegar un momento en el que no van a quedar sanitarios. Si nosotros que nos dedicamos a cuidar a la gente no podemos hacerlo, quién lo va a hacer. Estamos al límite, estoy trabajando con alumnos de último año”.

Más allá del desabastecimiento generalizado, los sanitarios afrontan otras dificultades y, aun así, el marchenero asegura que están bastante callados. “Solo se nos escucha para pedir equipos de protección y no nos quejamos de otras cosas que estamos viendo dentro”. Se refiere a las horas extra sin pagar, al horario de trabajo, a la imposibilidad de coger días de baja, de permiso o excedencia para cuidar de sus familiares, algunos de ellos ingresados.

En este sentido, Alejandro entiende que es un momento de necesidad y el país los necesita. Pero aunque pueda parecer que han aplicado un sentido común, “lo han hecho quitándonos derechos. Para el riesgo que tenemos, cobramos súper poco. Me juego todos los días una enfermedad por la que hay gente muriendo en España”.

Pacientes y “astronautas”

Pese a todo, Alejandro seguirá levantándose a diario para ofrecer sus manos, sus pulmones y su corazón a los que lo necesitan. “El estado anímico es un factor que también influye en la enfermedad”, recuerda Miguel. Y lamenta que el alto índice de contagio del Covid-19 deje a los pacientes solos y completamente aislados. Por eso Alejandro se esfuerza a diario, para que los familiares que se sienten impotentes por no poder acompañar a los afectados sientan que hay gente que los están tratando bien y “están haciendo todo lo posible por ellos”.

Bea subraya la parte humana de la enfermería, centrada en el cuidado del paciente: “escucharle, hablar con él, apoyarlo”. Con dos mascarillas, tres guantes y un traje que cubre todo el cuerpo, la comunicación con el paciente es muy complicada. “No escuchan bien lo que dices, no te reconocen”. Los contagiados por coronavirus solo tienen contacto con personas vestidas de “astronautas” que minimizan el tiempo dentro de la habitación, porque sigue siendo un riesgo.

Pero eso no impide que lo aprovechen al máximo para intentar animarlos y hablar con ellos. Y los pacientes agradecen muchísimo esos diez minutos. El agradecimiento, sentir que los están ayudando, asegura Bea, motiva a seguir. Acostumbrado a trabajar con niños, Miguel siente que a veces se le queda un poco grande “mantener una conversación a esos niveles con adultos”, pero da lo mejor de sí para amenizar su estancia en el hospital.

De hecho, con algunas compañeras del Infanta Leonor, ha llevado a cabo una iniciativa dedicada a las personas mayores: “estamos recaudando dispositivos móviles, tablets que la gente no use para poder hacer video llamadas y que vean a sus familiares y se vengan arriba un poco, lo hemos difundido por las redes y ha tenido un éxito muy bueno”. Es una muestra de que entre todos hay más compañerismo que nunca. “Estamos todos más unidos y eso al final es lo que te ayuda a llevar el turno”.

Ver la luz en la oscuridad

Un día en el hospital se resume en estrés, carga psicológica y física, momentos buenos y momentos malos. Las cifras que salen en las noticias son una realidad muy cruda para los que están viviéndolo en primera línea. Lejos de casa.

De vuelta al piso, Miguel habla con sus padres. No los ve desde navidad y se ha acostumbrado a llamarlos cuando termina la jornada. Después, intenta desconectar y continuar con la normalidad de su día a día. Hacer deporte en casa, tocar la guitarra…

Al final del día, Alejandro, que lleva cinco meses sin ver a su familia, se repite que todo va a salir bien. “Intento tener una mente positiva y ocupar la mente en otras cosas”. Y tiene razones para pensar en positivo. “Poco a poco vamos viendo las altas. Se celebra, se aplaude, los pacientes se emocionan, nos dan las gracias”. Miguel asegura que eso les da fuerzas para seguir. Y a los que luchan desde casa, esperanza.

Una oportunidad para crecer

El resultado del esfuerzo de todo un país se está haciendo notar: ya se han recuperado casi 27.000 personas. Puede que queden algunos días en los que sigan aumentando los casos, pero “eso no debe desmoralizarnos ni quitarnos las ganas de seguir porque es cuestión de tiempo que la curva empiece a bajar”, recuerda Miguel. “Cuando las cosas mejoren, tenemos que concienciarnos y animarnos a seguir así, cada uno tomando su parte de responsabilidad, porque el mayor peligro para este país sería que rebrotase el virus”.

Es difícil preverlo, pero en algún momento pasará. Y cuando todo pase, será el momento de reflexionar. De sacar un aprendizaje. De hacer autocrítica, pues como dice Alejandro “tenemos una sanidad muy buena en España, pero con esto nos hemos dado cuenta de sus debilidades. Y, como apunta Miguel, de replantear nuestro orden de prioridades. “Darnos cuenta de las cosas que realmente importan, sobre todo la salud. Poner en valor el contacto entre nosotros, que ahora lo echamos tanto de menos”. Quedar con la familia, con los amigos, una cerveza en una terraza al sol.

Hasta entonces, los sanitarios de nuestro país seguirán trabajando al máximo de sus capacidades (y a veces por encima de ellas) para que la mayoría de enfermos se pueda recuperar. Junto a ellos, los auxiliares de ayuda a domicilio, los camioneros, los trabajadores de los supermercados, las limpiadoras, los agentes de seguridad del Estado…

Y, mientras tanto, el resto de españoles les mandará energía desde los balcones con cada aplauso. Demostrando que a solidaridad y gratitud no hay quien nos gane.

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