Empresas
Tres kioscos en la historia de David, continuador de la saga familiar
El Kiosco David Apeadro cumple su decimocuarto aniversario después de toda una vida detrás del mostrador
C. GONZALEZ
Para quienes han vivido en las “Casitas Nuevas”, así es como se conocía a la Barriada Pío XII, Antonio Álamo, “Antonio el del Kiosco”, era un señor con una sonrisa constante. Fue el padre de David, que ahora regenta otro kiosco, el del Apeadero de Autobuses. Hoy 4 de junio es su decimocuarto aniversario y, lo que fue un negocio familiar, se ha convertido en una empresa que da de comer a 7 familias de Arahal.
El Kiosco de Antonio estuvo abierto al principio de la calle Santa María Magdalena desde el 21 de noviembre de 1963 hasta junio de 1996. El negocio costo 13.200 pesetas, media fortuna de aquella época, dinero que Antonio pidió a una prestamista del barrio, María La Serrana, y que pagó religiosamente.
En el kiosco sólo se vendía vino, cerveza, algún que otro refresco, saladitos, avellanas y una tapa singular que preparaba el padre, lechuga echada en vinagre. Nada más. Pero consiguió sacar adelante, junto con Carmen, su mujer, a 9 hijos e hijas, que pudieron ser 16 si no llegan a quedarse el resto en el camino por las condiciones de falta de asistencia sanitaria de aquellos tiempos o, simplemente, a causa de la mala suerte.
Fue una de las familias entrañables de la barriada, trabajadora y amable, que permanece en la memoria colectica de los que nacieron a mediados de los años 60, hoy casi cincuentones.
33 años en el primer kiosco
Bárbara, Dolores, Carmen, Isabel, Rafaela, Gabriel, Manoli, David y Antonio eran los nombres de toda la descendencia del hombre que atendía el kiosco y regalaba un puñado de avellanas cuando un niño o niña iba por vino para el padre. Antonio hacia un alto en el servicio, se daba la vuelta en un espacio bastante reducido, pero donde todo estaba organizado, y, con una sonrisa, despachaba por la puerta lateral: “Gordita, gordita ¿que vas a querer hoy?» preguntaba en tono cariñoso.
El kiosco desapareció de la esquina de la Santa María Magdalena por cuestiones de tráfico (estaba pegado a un lateral de la calle) después de 33 años. Antonio, el del kiosco, que en un principio vivía en las mismas “Casitas nuevas”, se mudó físicamente pero no lo hizo de la memoria de los que entonces eran niños y niñas. A partir de 1996, se amplió la calle pero la desaparición del kiosco dejó un vacío que durante un tiempo se negaba a desparecer de la retina de los transeúntes.
David Álamo, uno de sus hijos que continuó la tradición, cogió a regañadientes de su padre otro kiosco, situado en otra barriada social de esta época, Barriada Monroy, conocida popularmente como las “casitas de El Ruedo”. “Entonces por aquí no pasaba nadie, no había ni luces”, dice David. Sin embargo, lo acompañó el buen hacer del padre y “desde el primer día que abrí, no faltó la clientela». Después de esta nueva inauguración, Antonio Álamo murió, “sólo duró 33 días”, los suficientes para comprobar que su hijo iba a continuar con la tradición familiar y poder así ganarse la vida.
Traslado
Este kiosco de El Ruedo duró tres años abierto. Su demolición volvió a formar parte de los planes urbanísticos municipales. Justo en esa zona estaba previsto construir el apeadero de autobuses. 19 meses duraron las obras, tiempo en el que David estuvo trabajando en el Ayuntamiento, acuerdo al que llegó con los responsables de entonces, para finalmente hacerse cargo del bar de las instalaciones. De eso hace hoy 14 años.
El Kiosco de David es hoy un punto de encuentro que permanece abierto casi 21 horas diarias, desde la 5 de madrugada hasta la 1.30 aproximadamente. Siete familias viven de este bar café donde se han hecho famosas las tapas de picarnache, caracoles, las aceitunas echadas por el mismo dueño y otra gran variedad de platos caseros, como la paella de los domingos. Sirven desayunos desde que amanece a quienes van camino del campo o de cualquier empresa de Arahal, a estudiantes y trabajadores que cogen el autobús a diario para Sevilla.
El apeadero ha contribuido a convertir la zona es un espacio con vida propia, al igual que lo fuera aquél rincón de la calle Santa María Magdalena donde Antonio, el del Kiosco, servía vino y avellanas también durante muchas horas al día.
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