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Coronavirus

Mi vida en positivo (Capítulo 3 – Discreción) – Crónica de 14 días de vida confinada de un positivo de COVID

Una de las cosas que ayuda a sobrellevar una experiencia negativa en nuestra vida es compartirla. Solo el hecho de contar a alguien lo que nos pasa parece que funciona como un bálsamo a la hora de intentar que pase lo más pronto posible o lo malo que tiene que pasar sea hasta menos malo. Pero con la COVID no es así.

La gente que pasamos por el tránsito de tener dentro al bicho tendemos a no contarlo. Yo pensaba que esto era algo que era personal e intransferible, pero en estos días en los que tengo 25 o 26 horas diarias para pensar, me he dado cuenta de que he conocido casos de compañeros o amigos a toro pasado. Recuerdo el caso de una vecina del pueblo que publicó en su Facebook un post ante la impotencia de haberse enterado de que durante su positivo su foto había pasado de móvil en móvil señalada como una apestada, y pienso que ella, en su derecho, tomó esa decisión como terapia, pero que el cutrerío moral no me puede distraer de lo esencial, que es que pase lo antes posible los 12 días que quedan de cuarentena y volver a pisar la calle cuanto antes.

Llamadas y mensajes

A estas alturas, de las 29 personas que eran contacto directo y se tuvieron que hacer una PCR, algunas han contado el por qué, y otras, no, pero van llegando mensajes de gente más o menos cercana preocupadas. Como todo en esta vida a la hora de recibir información de segundas fuentes, a algunas les ha llegado que estoy ingresado, que estoy confinado en Baeza… En fin, al final algunos amigos optan por llamar por teléfono, recordando que en los móviles hay una tecla verde que permite escuchar la voz de la otra persona al otro lado, que parece a veces que lo hemos olvidado.

No ha amanecido del todo y la agenda del día está hecha, y dispuesta a rellenar de negro sus huecos en blanco. Temperatura: 36.3, respiración normal, nada de dolor muscular. Es verdad que el olfato sigue perdido, y el gusto solo capta todavía los sabores amargos, pero las noticias positivas son más que las negativas. Tomar café percibiendo solo el sabor es una sensación extraña, pero se termina acostumbrado el humano sabiendo que es un peaje leve a pagar en una enfermedad que se ha llevado a miles de personas desde marzo.

A media mañana llaman a la puerta: es el repartidor de Amazon. No sabe que le va a entregar el paquete a un positivo, pero no importa. Desde que comenzó la pandemia el protocolo de la empresa incluye un correo electrónico que explica que el repartidor llama a la puerta, deja el paquete y se aleja una vez que comprueba que el cliente lo ha recibido. Con ese protocolo aséptico, abro la pequeña caja en la que viene mi nuevo cargador de móvil. Solo faltaría que me quedase sin batería.

Medicamentos y «medicamentos»

Lo de los medicamentos es caso aparte, pero una llamada a mi cuñado y una gestión con la farmacia me nutre de las pastillas para la tensión suficientes para no tener que preocuparme de eso. A él le mando también un mensaje con una foto de una lata de cerveza Mahou especial, con el mensaje: “no olvides este medicamento”.

Son las dos y media de la tarde, y mi rutina marcada para estos días explica que ha llegado la hora de meterse en la cocina. Pongo a Dire Straits en el Spotify y meto en el microondas una lata de patatas a la riojana, con la desconfianza de no saber cómo sabrá comida preparada en una fábrica, enlatada y calentada meses después. La acompaño de una ensalada con anchoas como amiguete y la mitad del melón que quedaba de ayer. “No te vayas a comer el melón de noche, que sienta muy mal”, me recordó mi madre el día antes. A las madres no se les discute nada, y si te dicen que no comas melón de noche, no te acuestes con el pelo mojado o no te duches sin haber hecho la digestión, obedeces y punto.

El día pasa. Cuando va anocheciendo el iPad me recomienda una serie llamada ‘The Boys’. Me pongo a verla, aún con las reservas de tragarme algo que dura una hora por capítulo, con el problema de engancharme a ella y darme las dos de la madrugada viendo a gente dándose de leches con escrúpulos ausentes.

El tercer día ha pasado. Estoy cansado, y eso, aunque parezca mentira, es buena noticia.

Periodista corresponsal de la Agencia EFE, El Correo de Andalucía, eldiario.es... entre otros medios. Cubre principalmente Huelva y Sevilla en varios medios radiofónicos y prensa digital.

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