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Coronavirus

Mi vida en positivo (Capítulo 2 – Resiliencia) – Crónica de 14 días de vida confinada de un positivo de COVID

La resiliencia es la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas, y que te digan que tienes COVID es una de esas circunstancias. Para empezar, de pronto una persona se encuentra sola, cuando nos han educado desde la cuna para relacionarnos con la gente. Desde pequeños nos han dicho que compartamos, que dialoguemos, que meditemos en grupo, y, de pronto, un bicho microscópico te aísla de los demás.

Cuando en marzo salieron a la luz los primeros casos de coronavirus me preguntaba qué pasaría si en casa uno de los dos, aparte de Rodrigo, cayese. La solución pasaría por encerrarnos en una habitación dos semanas, claro, pero no había contemplado en mi guión de vida estar encerrado en casa 14 días yo solo, encerrado literalmente, porque si de verdad queremos luchar contra el bicho, no se debe pisar la calle teniendo un positivo.

Así que, en esa soledad impuesta, me impongo una rutina que me mantenga activo. De entrada, el trabajo no falta, y eso ayuda mucho. El despertador suena, como siempre, a las 6:55. Los primeros 15 minutos del nuevo día es escuchar cómo ha despertado Alsina, y, a la vez, cómo ha despertado el país. Ducha, ropa limpia cada día, jamás vivir en pijama 24 horas, y a la cocina. La primera sensación de ansiedad de la mañana es preparar el café esperando que la casa se llene con el olor de la cafetera, pero no es así. Sigo con el olfato perdido, y el sabor sigue tocado, aunque el amargo del café lo percibo, pero el sabor no.

Temperatura normal, mediciones anormales

Cuando me siento ante el ordenador a las siete y media con el café en la mano y un vaso de agua con hielo (una costumbre que tengo desde no sé cuándo), ya me he tomado la temperatura unas 15 veces. No tengo fiebre, y mi médica ya me ha dicho que mis síntomas leves me pueden proteger de lo chungo, pero cuando tienes COVID, aunque no tengas síntomas, te ves en una UCI, y empiezas a pensar qué pasará si tienes décimas por la tarde, si tienes que ir al médico, si el médico te manda al hospital… Todos los pensamientos negativos llegan en bandada. Recuerdo aquella frase que cita que solo el 10 % de las cosas negativas que pensamos que nos van a pasar suceden realmente, subo el volumen de la radio y me pongo a trabajar.

Son las ocho de la mañana y ya tengo hecho el guión del día. La hoja de word ayuda a no pensar en el virus, aunque una buena parte de los textos de cada día tienen que ver con contagios, denuncias, hospitales…, así que me impongo que la COVID solo me va a llegar en estos días por motivos de trabajo, y que cuando descanse en la tele o la radio solo habrá series que no me hagan pensar. Recuerdo que nunca vi completa la serie ‘Aquí no hay quien viva’, y me voy a Amazon Prime para ponerla de fondo en mi oficina mientras tecleo contando las cosas que pasan en el mundo que hay más allá de mi puerta.

Arroz y ensalada

A las dos y media de la tarde, una pausa para comer. Arroz y ensalada, de esas ensaladas preparadas a las que solo hay que añadir el aliño. Un invento de la sociedad trabajadora que casi no pisa la cocina, que me salva la segunda parte del menú, siempre recordando que Mary Carmen coloca en la mesa proteínas y verdura, como una forma de comer sano. En la compra de ayer venía un melón enorme, y la mitad cae en el postre. Tengo apetito, como siempre, y eso es bueno.

La jornada de trabajo es eterna, o creo que me la hago eterna. Mi madre siempre dice que me pagan por divertirme, porque escribir me divierte, y cada día más, así que en esa diversión no entran los malos pensamientos.

A las nueve de la noche, ducha (sí, como si hubiese estado todo el día en la calle), un gintonic y pistachos. La tónica y la ginebra no huelen a nada, pero es un gintonic al fin y al cabo. Caigo rendido en el sofá no sé a qué hora, me despierto a las dos de la madrugada y subo a la habitación. Si quiero mantener la rutina positiva, nada de dormir en el sofá. Ha pasado el segundo día, sigue mi resiliencia. La vida a mi alrededor no huele a nada, pero es vida al fin y al cabo.

Fermín Cabanillas

Periodista corresponsal de la Agencia EFE, El Correo de Andalucía, eldiario.es... entre otros medios. Cubre principalmente Huelva y Sevilla en varios medios radiofónicos y prensa digital.

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