Coronavirus
Mi vida en positivo (Capítulo 12 – Café ) – Crónica de 14 días de vida confinada de un positivo de COVID
En cierta ocasión me dijeron que el café es como la comida china, que o lo quieres o lo odias, sin término medio. No lo tengo demasiado claro, sobre todo porque hay días que la comida china me es indiferente, pero el café, no sé si por la dosis de droga matinal que supone, se ha convertido en un compañero de vida en estos días de encierro obligado.
Eso sí, para que mi médico no entre en cólera cuando lea esto, que respire, que solo tomo uno “normal” al día. Normalmente, a las siete y poco de la mañana me encuentro cada día poniendo tres dedos de café en una taza y el resto de leche. Para los baristas -los especialistas en ese líquido negro- es un atentado en toda regla, porque se supone que el café puro se disfruta solo, sin nada añadido, pero uno se ha acostumbrado a la mezcla con leche desde siempre, y en mi pelea contra la COVID no voy a cambiar esa dinámica.
El último café «normal»
Así que no ha amanecido cuando ha caído el primero, que a la vez es el último «normal». Antes de que llegue el mediodía habrán caído dos más, pero descafeinados, y después de comer ese invento de los dioses llamado ‘Café bombón’, con una base de leche condensada.
La dinámica de vida que me plantearon cuando me dijeron que había dado positivo en COVID pasaba por mantener una rutina activa, así que el café manda en muchos momentos del día.
En medio de la jornada, aparte del café, la vida sigue. Y entre las buenas ideas del día está cargar el móvil desde temprano. Solo dos-tres personas saben “oficialmente” que estoy confinado, pero entre los buenos amigos las noticias se difunden rápidamente, y como la evolución es perfecta en todos los sentidos, no hay motivo para no compartir un rato de charla y explicar lo que pasa.
Historias sin importancia
En estos casos, es bueno no aburrirse de contar lo mismo, porque quien está al otro lado quiere escuchar tu voz y que le cuentes que todo va bien. Guille no solo me envía un mensaje, sino que me llama. Guille es especial, y le impacta que me haya contagiado del bicho, por lo que un mensaje no le basta para respirar, así que me llama. Cuando alguien como él te llama, simplemente descuelgas, cierras el ordenador y hablas.
Cuando hablo con él recuerdo esa frase que dice: “Los amigos son la familia que eliges”, y le escucho cómo habla de cosas sin la mayor importancia, con la preocupación oculta de que me pase algo. No he terminado de quitarme los auriculares cuando llama Carlos. En 30 años hemos pasado lo mejor y peor de nuestras vidas, y siempre tenemos un rato para echar un rato de charla, aunque sea sin motivo. Y es que, ¿cuándo fue la última vez que llamaste a alguien sin motivo? La vida nos pone, a veces, personas especiales en el camino, y caminar con ellas es una elección que, casi siempre, es la acertada.
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