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Análisis

Las vidas se han parado de golpe, pero el mal no se vestirá de bien

Las vidas se han parado de golpe, pero el mal no se vestirá de bien

Las vidas se han parado de golpe, pero el mal no se vestirá de bien

 

Que íbamos a vivir una época insólita era un secreto a voces. Un día cualquiera, de no hace mucho y en medio de todo este apocalipsis, alguien a quien telefoneé –me olía esto- me llamó novelero por tratar de entender la vida en medio de nuestras diferencias y, sinceramente, sentí una extraña pena –me costó varias noches en vela asumir que soy un imbécil humanista y aceptar que hay demasiadas personas de mierda graduadas en el infierno-. Era una pena ridícula, así lo asimilé con el paso de los días, como lo es la sinrazón cuando sabes que el receptor caerá contigo al abismo y sigue riendo su desgracia frente al espejo y sin escucharte –jodido idiota-.

Pero sucede siempre, tendemos a creer que las aguas volverán al inicio ético de la farándula del bien y no, nadie va a cambiar su sucia forma de ser. Es momento de cambios, cierto, pero también de  entender que el cruel hecho de que nuestras vidas se hayan visto obligadas a parar de golpe, no significa que el mal vaya a vestirse de bien. No, nada va a cambiar y no deberías caer en tal osadía, salvo si eres un ingenuo estúpido que te has pasado, o te estás pasando, esta larga cuarentena pegado al televisor, o leyendo novelas de color rosa. Ahora es el momento en el que cierras el texto, sueltas un par de improperios, me tachas de lo que te venga en gana, y decides que el único paria-amargado-existencialista-pseudocolumnista es el que escribe.

Cierto, tal vez yo sea algo enemigo de la verosimilitud, pero no de abrir los ojos. Imagina cómo será la vida cuando todo esto termine –yo también lo hago- y si crees que recibirás esa llamada de quien no la hizo antes del confinamiento, si piensas que el dinero no volverá a estar por encima del valor de los abrazos, si sueñas con una reconciliación familiar exprés, o si estás convencido de que las residencias se llenarán diariamente de visitas para siempre, eres mejor guionista de ficción de lo que piensas, créeme.

No me odies, y aunque la verdad es un prisma con diferentes visiones, te aseguro que el paralelismo más cercano a lo que sucede es una borrachera. Tienes tu cabeza en el interior del váter, mientras vomitas no paras de decir: “no, no beberé más”. Iluso, tres semanas más tarde, volverás a casa de rodillas aunque ahora ignores lo que expongo, o te creas mejor persona (estoy convencido de que has visto a los seres más crueles y ruines de tu entorno compartir enlaces en su perfil sobre… ¡lo maravilloso que será el universo gracias a la visión que ellos mismos han conseguido alcanzar tras la pandemia!), si piensas que el mundo será un mejor lugar tras el virus –y los aplausos a las ocho de la tarde-, puede que te vaya mejor que a mí, no lo dudo,  pero será más una dosis de fe, que de realidad. Ahora déjame que te cuente un poco más…

Si mañana levantasen el veto de vivir yo echaría a correr calle abajo, gritando, a abrazar a mis padres sin pensar o esperar nada, ni a nadie –ni siquiera, de llegar, al cambio anhelado-. Imagino a mi hija, al amigo del colegio, o al vecino de mi infancia. Entonces no me importará en absoluto si el mundo ya es otro, o si es jueves de feria. Me interesan ellos, los que llaman (ya lo hacían antes), los que han sufrido conmigo, los de las seis de la mañana esperando a las claras de alba mientras hablas con ellos por chat. Porque créame: no va a cambiar nada. Recuérdelo. ¿Entiende lo que trato de decirle, querido lector?

Jueves, tres de la mañana, y yo escribo estas líneas finales. Una vez mi abuelo me dijo que los hombres se conocen por cómo cierran la puerta al salir. No olvidaré ese consejo. Todos deberíamos saber abandonar los lugares y yo voy a dejar la puerta entreabierta por lo que pueda pasar. Olvide mi osadía, disculpe que le rompa los sueños, y no me guarde rencor. Si quiere ser mejor persona… basta con que cuide a los suyos.

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