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Las personas y el sistema

José Manuel García Llamas y Jesús Rodríguez Domínguez.

 

José Manuel García Llamas y Jesús Rodríguez Domínguez

Como es natural, estoy padeciendo esa estúpida epidemia que compartimos hoy en día todos o casi todos los ciudadanos de este planeta, y que es el uso, con más o menos frecuencia, de las redes sociales de internet. Yo soy uno de esos usuarios que dedica poco tiempo a estas «herramientas» de comunicación y que practica, con no poco fracaso, el estoico esfuerzo de mantenerlas alejadas de la vida cotidiana. Con todo y con eso, hace ya un tiempo, mientras estaba desayunando en un bar, le hice con el móvil una foto para publicarla en Facebook a la primera página de un periódico de tirada nacional, que portaba como título «Corrupción, la espiral sin fin». En dicha portada, el diseñador gráfico había creado a lo largo y ancho de la hoja una especie de espiral compuesta por una línea de círculos, grandes al principio y más pequeños conforme progresaba la hélice; estos interminables redondeles tenían por cada uno de ellos un rostro diferente en su interior, que pertenecían a los muchos que han protagonizado la infame vida corrupta de nuestro país durante la crisis económica mundial. Y eran tantas las imágenes de nuestros políticos, cantantes, toreros, y demás marineros de agua dulce en aquel trazo en forma de caracol, que pareciese que hubiera faltado página para bucle tan gigantesco.

Así pues, mientras continuaba con mi desayuno, una vez tomada la fotografía, la propagué en la susodicha red social. Entonces, un colega que vio la portada-rizo subida en mi perfil de Facebook me envió rápidamente como contestación un enlace que me redirigía virtualmente a un artículo del Diario de Cádiz que firmaba Isidoro Moreno en su Tribuna titulado «Las manzanas y el cesto». Quizá me remitiera esto mi amigo de Facebook para que reflexionara sobre el asunto, y aquí estoy, dándole vueltas a lo mismo una y otra vez.

El artículo del señor Moreno, además de señalar a varios de los sujetos que participaron en la trama de las tarjetas Black de Bankia, concebía una reflexión acerca de la corrupción en nuestro país, concluyendo con un juicio muy poco elaborado a mi parecer, puesto que su dictamen tiene unas bases lingüísticas harto inexactas.

Asimismo, este artículo contaba al lector que, en cierta medida, «el problema principal» de la corrupción no es el conjunto de personas que integran las diversas entidades financieras, administrativas o conjunto de instituciones públicas o privadas de nuestra sociedad, sino que este obstáculo, el problema, está directamente vinculado al sistema que nos controla y rige, es decir, con la «moralidad de las instituciones». A lo largo del análisis, para razonar su opinión, aplicaba unas equivocadas metáforas las cuales se hallaban repartidas por todo el texto, encabezándolo, inclusive, a modo de enunciado o macro-estructura. A saber: el cesto para designar «el sistema mismo», y las manzanas, haciendo referencia a «cada persona concreta».

El vocablo «cesto» lo relacionaba con el concepto sistema, en el cual está sumergida la ciudadanía. Por otro lado, la expresión «manzanas» la enlazaba a su vez con los ciudadanos, políticos o dirigentes que vehiculan la sociedad a través del cesto o sistema. Como hemos dicho, el escrito no incluía como principal motor de la corruptela de nuestro país a las manzanas que llenan el cesto. En cambio, era este mismo el causante de que las manzanas se pudrieran, y de ahí que cambiando el sistema-cesto por otro con mayores asideros, podría tal vez convertirse en una solución para «atajar el mal de la corrupción que se ha extendido como un cáncer por todas las instituciones políticas, económicas, sindicales y de todo tipo pero también por los niveles más próximos a cada uno de nosotros en nuestra cotidianidad».

Esto es así, según el artículo de Isidoro Moreno, porque no todos los profesionales que intervienen en el sistema son botarates, badulaques, nefelibatas y gente estúpida y corrupta, también existen profesionales de la más alta honradez, y que en consecuencia, si intercambiamos un cesto por otro, un sistema por otro, extirparíamos ese cáncer del que nos profería la publicación para que no se infecten esos técnicos, trabajadores, funcionarios y profesionales. En definitiva, para que no se pudran las manzanas, para que las personas que componen ese sistema no acaben corrompidas, es necesario sustituir un canastillo por otro, según el artículo. Pero esto no es así, y me explico.

Las metáforas existen para que los seres humanos puedan comprender la realidad

Para comenzar, debemos preguntarnos qué es una metáfora. Según la segunda acepción del DRAE, es «la aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión». Por consiguiente,  «una metáfora puede servir como vehículo para entender un concepto». De hecho, las metáforas existen para que los seres humanos puedan comprender la realidad. La metáfora no es una simple figura retórica, sino todo un proceso cognitivo elemental que proviene desde los tiempos del hombre más primitivo hasta llegar a nuestros días, y que sirve para captar la realidad que nos rodea. Pero, ¿qué ocurre si una metáfora se utiliza de forma equivocada en un texto? Si «las metáforas estructuran no meramente nuestro lenguaje, sino también nuestros pensamientos, actitudes y acciones» como apunta George Lakoff y Mark Johnson en su libro Metáforas de la vida cotidiana, ¿no es posible entonces que nuestros pensamientos, actitudes y acciones sean erróneas de alguna forma cuando aprehendemos un concepto metafórico mal usado en un texto?

Eso es lo ocurre en el caso del artículo que me envió mi amigo de Facebook y en el que los recursos metafóricos utilizados por Isidoro Moreno nos llevan a la confusión y al equívoco. Dicho con otros términos: el mal uso de estos elementos lingüísticos nos guían hacia nociones inexactas, hacia reflexiones desacertadas. El indebido empleo del lenguaje nos conduce siempre a las fronteras de la perplejidad, a lo confuso y a lo extraño, al no entendimiento logrando así  el empobrecimiento de una sociedad. De tal modo, que si analizamos un poco las metáforas en cuestión, nos daremos cuenta que, en relación al sintagma «el cesto», es sabido que las metáforas de recipiente solo hacen alusión de acontecimientos, acciones, actividades y estados, de manera que no podemos afirmar que el pensamiento «sistema» que nos propone el escrito sea una entidad discreta. No obstante sí es un concepto abstracto que carece de substancias y objetos metafóricos. Por esta razón resulta que el sistema que nos pertenece no puede hacer referencia a un cesto, ni a un canasto, ni a una espuerta, ni a un capacho, es por lo tanto un concepto abstracto inherente al individuo y del que no nos podemos separar y ni mucho menos canjear. En otras palabras, si el sistema no puede ser un envase ni receptáculo y es un concepto de nuestra mente, no podemos cambiarlo como si fuera un ente independiente al ser humano, o sea, no podemos sustituir un sistema por otro como un cesto de manzanas, tan solo podríamos, tal vez, modificarlo progresivamente, mas nunca libre de los miembros que lo completan porque en la lógica es imposible.

Por el contrario, aquí nos damos cuenta de lo mal empleados que están esos símbolos, así como advertimos que, en el ya citado artículo de Isidoro Moreno, la preposición «desde» en la expresión «desde un Rodrigo Rato que llegó a ser nada menos que cabeza del Fondo Monetario Internacional y vicepresidente del Gobierno español, a empleados de la empresa «liberados» por los grandes sindicatos» es un error de sintaxis imperdonable. Esto ya nos lo enseñó el académico Lázaro Carreter afirmando que «desde» solo puede ser una preposición funcional siempre y cuando se utilice para mencionar un lugar o un momento determinado en el tiempo. Verbigracia: desde Sevilla, desde entonces, etcétera.

Para finalizar, es preciso decir que la sola alteración de un sistema, excluyendo la parte humana que la constituye, no es una solución para evitar la corrupción, o si acaso, lo sería de modo provisional. La estructura organizativa, la red social que convive con el ser humano es como el sistema fonológico y fonético del mismo: van indisolublemente unidos a él y no se pueden separar. Por eso, en cualquier caso, la exclusiva modificación del sistema, únicamente, ejercería una fuerza parcial y temporal en el remedio contra el envilecimiento de una colectividad, ya que terminaría de nuevo en una degeneración del sistema por parte de los miembros que lo componen y que simultáneamente se relacionan entre sí. De manera que una forma civilizada de regular la corrupción y la sociedad yace en una buena organización del propio sistema, al mismo tiempo que se educa, cultiva y mejora sus miembros a través de la educación, la cultura, los derechos, los deberes, y los valores y principios que hemos perdido (si es que alguna vez los hemos tenido) todos estos años atrás.

José Manuel García Llamas, técnico de desarrollo de aplicaciones informáticas y actualmente estudiante del segundo año del Grado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Jesús Rodríguez Domínguez es Licenciado en Magisterio por la Universidad de Sevilla y también estudiante del segundo año del Grado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Periodista. Directora y editora de aionsur.com desde 2012. Corresponsal Campiña y Sierra Sur de ABC y responsable de textos de pitagorasfotos.com

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