Empresas
La nostalgia, principal ingrediente de las tortas Inés Rosales
C. GONZÁLEZ
Huévar del Aljarafe (Sevilla)
«Estoy aquí gracias a las tortas de Inés Rosales», esa fue la frase que el propietario de una empresa de maquinaria de Madrid le dijo a Juan Moreno, administrador único de esta emblemática fábrica sevillana. Y esa anécdota lo llevó a reafirmarse en que el producto que vende, desde hace más de un cuarto de siglo, es especial porque forma parte de la vida de muchas personas.
El abuelo de este hombre trabajaba en la sucursal de Morón de la Frontera del Banco Hispanoamericano. El 25 de julio de 1936 entraron las tropas del comandante Castejón en Morón de la Frontera y lo sacaron de la sucursal para ponerlo en las filas de los detenidos. Era un hombre querido y conocido en el pueblo y una señora, la que vendía las tortas Inés Rosales en esta localidad sevillana, entró en la fila, lo cogió y dijo: «Este hombre no ha hecho nada y no se lo lleváis». Eso le contó el nieto a Juan Moreno, por eso dijo que a estas tortas, o más bien a la mujer que las vendía, le debe la vida.
Una anécdota especial pero no es la única. Quién no ha probado las tortas de aceite de Inés Rosales. Quién no las asocia a un momento de su infancia y quién no ha jugado o guardado ese papel de parafina que siempre tenía otro uso. «Las tortas de Inés Rosales van siempre unidas a un momento de alegría y satisfacción de su vida», dice Ana Moreno, responsable de Comunicación y Relaciones Externas de la empresa e hija del propietario.
Por eso, el 90% del producto que sale de la fábrica instalada en Huévar del Aljarafe, son tortas, 300.000 diarias, que tienen como destino 37 países diferentes. El resto de la producción está dedicada a otros productos, cortadillos, polvorones, hojaldrimas.
La fábrica tiene sucursal en EEUU. De hecho, en enero pasado participaron en la feria «Winter Fancy Food 2018», la exposición de productos gourmet y «delicatessen» más relevante y de mayores dimensiones de la costa oeste de los Estados Unidos, y que se celebra en la ciudad de San Francisco. Aquí presentaron su nueva imagen que, según decían en una nota, era más universal para todos los mercados y con formatos adaptados a los nuevos universos de consumidores.
Es un producto sencillo, elaborado con harina de trigo, aceite de oliva virgen extra (24%), azúcar, semillas y plantas aromáticas (matalahúga y ajonjolí), levadura, sal y esencia de anís. Y artesano hasta el punto de que cuando Ana Moreno se come una torta de aceite de Inés Rosales, llega a saber cuál es de sus empleadas es la que la ha amasado para darle su forma redonda y crujiente.
«No hay ninguna igual y tienen la forma de la palma de la mujer que ha aplastado la masa antes de entrar en el horno», dice Ana. Trabajan en grupos de 18 mujeres por turno, dos turnos al día, de lunes a viernes. En total, la empresa tiene 128 trabajadores, un 87% son mujeres. Llevan pocos meses con un nuevo sistema de envasado porque era en la sección donde se daban más lesiones de espalda.
Las tortas tienen 9 meses de caducidad, se enmarcan dentro de la rama de galletas o snacks y han sido un descubrimiento para los cocineros porque se trata de un producto que se mantiene crujiente con cualquier combinación, que no lleva huevo ni lactosa. A su vez, es un producto kosher, que sólo en EEUU tiene un mercado de cinco millones de consumidores.
«La torta de Inés Rosales puede incluir en cualquier ensalada o plato manteniendo su textura durante el tiempo suficiente de su consumo’, explica Ana Moreno. El cocinero de Canal Sur Enrique Sánchez, por ejemplo, las utiliza para decorar un postre como las natillas con piononos de Arahal, preparado para muchos eventos.
En la fábrica de Inés Rosales nada se deja al azar. Eligen el mejor aceite de oliva virgen extra con cuidado de que no pique ni amargue; compran la cosecha entera de la mejor matalahúga. Y aplican constantemente I+D (Investigación más Desarrollo) en todo el proceso de elaboración, como por ejemplo en la selección de tortas una vez salen del horno, momento en el que pasan por una cinta con un sensor que detecta la torta que no está bien.
Ana Moreno cuenta que la empresa no ha notado especialmente la crisis económica desde el punto de vista del consumo, pero sí tuvieron que tomar algunas medidas para que los proveedores siguieran abasteciendo a la fábrica. Por ejemplo, la imprenta que les vendía el famoso papel de parafina que envuelve estas tortas, fue absorbida por la empresa y pasó a formar parte de las instalaciones, con su maquinaria y los dos trabajadores.
Cuando en 1910 Inés Rosales Cabello comenzó con el negocio para mantener la economía doméstica, seguramente era incapaz de imaginar que el sencillo producto que elaborada en Castilleja de Cuesta con un grupo de mujeres de la localidad, iba, 108 años, después a venderse en todo el mundo.
Inés Rosales creó un producto elaborado con ingredientes naturales (el 24% es aceite de oliva virgen extra), que debido a su durabilidad, podía llevarse en las diligencias de su época a cualquier ciudad de España. Los viajeros las compraban para el viaje y las llevaban a sus familias. Fue un producto pionero en utilizar vías de comercialización. Al igual que su creadora, rompió algunos esquemas de principios del siglo XX, por ejemplo, fue de las primeras empresas en solicitar una línea telefónica y en tener una fábrica formada principalmente por mujeres.
Este es el legado adquirido por Juan Moreno, un visionario que sigue defendiendo la empresa porque las tortas de aceite van siempre unidas a la nostalgia, a los recuerdos de cientos de familias españolas. Y así quiere que siga siendo.
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