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Análisis

La negligencia nunca será consejera de la esperanza

Todos hemos visto episodios escalofriantes sobre la forma de afrontar esta pseudolibertad pandémica de la que disfrutamos. Cansa volver a leer que “1984”, de Orwell, ha dejado de ser una distopía para convertirse en una referencia de crónica periodística atemporal. Sí, porque ese manual se ha constituido como un texto sagrado para la izquierda, y para la derecha, aunque ambas ideologías tengan herramientas de censura crueles e igualmente efectivas. Un poco como el extraño caso de Chaves Nogales, icono del pensamiento crítico (y periodístico) bidireccional durante la posguerra, pero que misteriosamente sigue tirado en el suelo de Londres sin ni siquiera una lápida que lo honre. El olvido histórico, más que memoria, es la victoria inmortal –inmoral- de este país.

La segunda ola del COVID-19 ya es una realidad, pero las cuestiones y planteamientos sociales también han evolucionado, aunque muchas de ellas siguen siendo calcadas. ¿Realmente las competencias autonómicas siguen por encima de un mando único central?, ¿quién debe afrontar esta segunda crisis?, ¿existía realmente un plan b que salvaguardara a los ciudadanos frente a los rebrotes?

La certera verdad

El contexto se llama economía, y es la única (cruel), pero certera verdad. Lo que ocurre es que el demonio capitalista es el eterno inconveniente de esta izquierda que promete en base al pretexto, y convence sobre lo que quiere ofrecer y no puede. La verdad jamás será aquello que suena bien, y a las cifras de damnificados me remito. ERTE e IMV con resoluciones interminables y capítulos de desespero lamentables.

Complicado escenario el planteado, porque el motor de este país siempre ha sido el sector servicios. Solución, y problema, según las estadísticas…, qué paradoja. Si la medida divaga entre dos extremos, la virtud, o punto intermedio, se verá sometida a la responsabilidad del sujeto, y en esta España tan de otros, hablar de buenos y malos nos exime erróneamente de la culpa. Los malos siempre serán los demás. Y así nos va.

A mí me enervan las irresponsabilidades disfrazadas. Asumir la culpa, y la capacidad de autocrítica pueden ser una panacea de oxígeno que, aunque no nos salve, tal vez sirva de punto de partida. Somos muy culpables de la situación. Miren las terrazas de bares sin ir más lejos.

Si decides hacer el bien a costa de la irresponsabilidad,

al final paga toda la sociedad, y el resultado es el mal

Realmente los que dicen sostener al sector hostelero, aglomerando sin pudor los espacios de un restaurante, saltándose cualquier restricción de seguridad que ha sido impuesta tras el fin del estado de alarma, consiguen todo lo contrario. Porque si el gerente de una taberna necesita comer, también lo necesita aquel que vende un pantalón, decora el interior de una casa, oferta telas en el mercado, o reforma un cuarto de baño. En fin: los autónomos. Si decides hacer el bien a costa de la irresponsabilidad, al final paga toda la sociedad, y el resultado es el mal. No, estimado individuo, usted no ayuda al sector servicios hacinando una terraza, usted consigue poner en jaque a todas las familias vecinas, dueños de pubs, y locales de ocio inclusive. Su efecto es, precisamente, todo lo contrario a lo que pretende. La negligencia nunca será consejera de la esperanza.

Señalar al que pone la voz en guardia y alerta puede ser un arma de doble filo. Si yo tuviera un problema no buscaría consuelo en internet, donde el morbo salpica cualquier atisbo de desahogo, más bien lo haría en una oficina de cuerpos de seguridad. Si bien es cierto que las plataformas sociales son un referente para todos, y la voz más pequeña se hace gigante con el apoyo social. Muchas causas injustas se han resuelto gracias a ello.

El soviet de balcón

Sin ir más lejos hace algunos años tropecé con una hazaña digital que puso bocabajo mi firme teoría sobre los linchamientos. En EEUU, un gimnasio de la cadena LA Fitness, se negó a dar de baja a una pareja que había perdido todos sus ingresos. La campaña de castigo fue tal, que no solo consiguieron la baja de la entidad, sino que el gerente les devolviera todos los recibos anteriormente cobrados. Una postura racional que se acercaba más a la justicia que a la venganza. Puede, por tanto, que estemos más cerca de este ejemplo que del trabajo de un soviet.

Por eso no me refiero a tomar una postura típica del soviet de balcón –aquel que suele imponer sus dogmas éticos en la red social, interesado más en el escarnio, que en la justicia-. Yo hablo de empatía, de arrimar el hombro. Si hacinar los bares, y olvidarnos de las medidas de seguridad, se convierten en hipotéticas soluciones, será cuestión de días que volvamos al punto de partida, y esa atmósfera es más cruel que toda carga vírica. Sobre todo porque se generaría así un clima de confrontación entre nosotros, y eso siempre beneficia a quien maneja ideas simples y contundentes. Es prácticamente imposible oponer argumentos racionales, equitativos, a las pasiones que pretenden controlar la libertad, e imponer un pensamiento único.

 

La sociedad tiene que aprender a vivir con una amenaza invisible

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