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Opinión

La invisibilidad de una familia que sólo pedía encontrar una vivienda en alquiler

C.GONZÁLEZ

Arahal (Sevilla)

Miguel Cercas Vargas y Eduarda Ríos Guerrero llevan al menos 20 años en Arahal. El matrimonio de etnia gitana tiene 6 hijos y uno que viene en camino. En estos días han sido noticia porque la chabola y todo lo que la rodeaba, lugar donde viven, ha salido ardiendo y se han quedado sin lo poco que tenían. Han pasado de ser casi invisibles a tema de conversación en las redes sociales, aunque escribiendo no se arregla su situación. Es la única familia en total exclusión social de un pueblo de casi 20.000 habitantes.

En su carnet de identidad ponen que están empadronados en Pozo Colorao, calle en los confines del pueblo donde sólo hay naves con ganado. El padre y el único hijo mayor de edad (19 años) trabajan en una conocida empresa de Arahal desde hace años. Su sueldo puedes darle para vivir dignamente. Su mujer sale a primera hora de la mañana, cargada con varios de los hijos y un carro de bebé y hace una ruta pidiendo comida para mantenerlos.

Pide pero no exige. Los vecinos dicen no sentirse cohibidos por su presencia más de lo necesario. Cuando vuelve para atrás a la hora de la comida, el carrito va cargado de bolsas con comida. Los menores están escolarizados y cada mañana los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Arahal los bañan en el colegio José Rodríguez Aniceto, el que está en la zona de La Venta, a la que pertenecen. A veces consiguen ropa para ellos, las mismas que dejan familias de ese centro o de otro para poder cambiarlos. Sobre todo teniendo en cuenta que no tienen posibilidad de lavar la ropa.

Hay familias en Arahal con distintas necesidades básicas, que acuden a estos servicios municipales o Cáritas, a cualquiera de los dos equipos en los que se divide esta organización humanitaria en Arahal. Pero ninguna tiene esta situación. Se trata de una familia que vive en las condiciones citadas, pero con ganas de cambiar y podrían ayudarles a integrarse, aunque lleve un tiempo y mucho trabajo. Sin embargo, ahí están, sólo existen para dos o tres familias que los conocen de cerca y llevan años intentando ayudarles para que cambie esa situación.

Gente honrada

Maribel Castro encabeza una de las familias que lo ha intentado. Lo primero que hicieron fue darles trabajo al padre y al hijo. Y dicen de ellos ‘que es gente honrada, que cuando les hace falta algo lo compran, que están dispuestos a pagar el alquiler de una vivienda y sus gastos’, si embargo, siguen viviendo bajo unos árboles en Pozo Colorado, en unos metros cuadrados donde llevan lo que creen necesitar para sobrevivir. Lo que la sociedad considera basura, restos de madera, una silla rota, un sofá astroso, una bicicleta de segunda o tercera mano para los pequeños, muchos plásticos y telas.

Miguel Cercas ayer estaba muy preocupado por la seguridad de sus hijos, como cualquier padre, ni más ni menos. ‘No pienso dormir porque no sé si mi hermano vendrá otra vez a prender fuego o me echará encima la furgoneta que tiene’, contaba. Finalmente no hizo falta, porque como medida de urgencias el Ayuntamiento consiguió para toda la familia albergarlos en un hostal, pero él tenía claro que se quedaba de guardián de los suyos.

Su mujer, Eduarda, repetía a la periodista como una letanía, ‘sólo quiero un techo para mis niños, pagamos los gastos, una casa de las que haya vacía, de las del banco, no podemos seguir así’. Y una casa es lo que le lleva buscando Maribel durante años. Ayer comentaba en una red social, ‘que hay muchas en alquiler pero en cuanto les digo para quienes son, la gente se niega’, incluso asegurándoles que el contrato irá avalado por esta familia. Ni por esas.

Por otro lado, los vecinos reclamaban ayer más ayuda por parte del Ayuntamiento sin necesidad de esperar a que llegue este tipo de situaciones de urgencia. Buscar un camino que de momento parece no existir porque una solución a largo plazo supone poner a esta familia en una vivienda, con calle y número. Ya no se trata sólo de tenerlos de inquilinos sino  ‘¿quién está dispuesto a tenerlos de vecinos?’, decían en las tertulias para seguidamente hablar, no directamente de racismo, pero sí de prejuicios.

La ayuda no puede ya quedarse en llevarles ropa, mantas y colchones, bañar a los menores antes de entrar en las clases (principalmente por no molestar a los demás), darles comida de vez en cuando. La ayuda, aclaman aquellos que están cerca, debe ponerlos en la sociedad, con todo lo que supone.

Ayer volvieron de visitar a su familia a Los Palacios, una familia que ya supone un peligro para ellos. Todo porque su intento de adaptación a la sociedad los lleva a empezar a pensar de otra manera, ‘mi hijo se casará cuando quiera y con quien quiera’, decía Miguel. Venían con la ropa puesta. Quienes los conocen, vecinos de la misma calle donde habitan, les consiguieron una lona grande y dos colchones. En palos tienen colgados los plásticos con restos de comida. Los pequeños estaba sentado al calor de los rescoldos de un fuego a última hora de la tarde. Se agarraron a la madre cuando volvió de hacer una ruta para traer comida nueva.

Despelucados y sucios porque el lugar en el que naces condiciona tu vida. Aunque sus padres piden insistentemente que alguien les alquile un lugar donde vivir dignamente. A ver si su nueva visibilidad hace posible que el nuevo bebé que viene en camino duerma bajo techo y con el calor necesario para que la vida le dé las oportunidades de la sociedad del silgo XXI, ni más ni menos.

Periodista. Directora y editora de aionsur.com desde 2012. Corresponsal Campiña y Sierra Sur de ABC y responsable de textos de pitagorasfotos.com

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