Marchena
La historia social de Marchena vista por los ojos de su histórica churrera
Carmela Guisado, 64 años vendiendo churros con vocación social en Marchena
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Cada día la puedes ver sentada junto al puesto de churros de su sobrino, Antonio Frías, en la Plaza de Abastos de Marchena. Porque aunque se ha llevado 64 años detrás del mostrador, su vida es estar allí. Es Carmela Guisado Ternero, tiene 86 años y se ha ganado sobradamente el título de ser la churrera de Marchena.
El cariño que le tienen sus vecinos no se debe sólo a la calidad de los churros sino a que se ha llevado toda la vida «ayudando a mucha gente» en tiempos en los que el hambre era el orden del día de los pueblos andaluces. Ahora, aunque no hay la misma necesidad que en aquellos años, en los que trabajaba en la Puerta de la Caridad, ella sigue pendiente por si hay que echarle más churros a una familia que lo necesite.
Al pie del puesto de churros
Carmela está sentada en una silla de ruedas desde que hace ocho años sufrió un ictus. Sus sobrinos, aquellos a los que ha criado como si fuera una madre, son los que ahora le devuelven todo el cariño que les dio durante años. Antonio la mira sonriendo: «Mi hermana, que es con la que vive, la prepara todos los días y, aunque el tiempo no acompañe, ella quiere estar aquí en el puesto de churros».
Cuentan de esta churrera que en los años del hambre, cuando una madre de familia con pocos recursos y muchos hijos que mantener iba a su churrería, ella bajo cuerda le echaba el doble de churros de los que pedía y, al darle el cambio, le devolvía hasta más dinero de lo que la señora le había dado.
Era su manera de ayudar al prójimo. Su sobrino Antonio, heredero de la churrería que ella regentó tantos años dice que «ella es así de generosa».
Cada día, llueve, haga frío o viento, ella quiere estar al pie del cañón. Ahora, con una manta por encima y cada día de trabajo marcado en su piel, dice orgullosa que es «la que me he llevado más tiempo en un puesto». Frente a la churrería, en el espacio dedicado a los desayunos, se pueden ver, junto a fotos antiguas de Marchena, imágenes de otros tiempos en blanco y negro en las que está con su sobrino de pequeño, cuando aún iba al colegio.
Pero también siguen llevándola en el recorrido que hacen por las ferias de los pueblos por donde su familia vende churros, además de Marchena, van a Paradas, La Puebla de Cazalla y Lantejuela. «Es la única manera que está contenta» , asegura Antonio Frías.
A su padre lo fusilaron en la guerra
Carmela se quedó sin padre cuando sólo tenía tres años. Cuenta que «lo fusilaron en la guerra, mi madre estaba embarazada de mi hermana pequeña». Con 14 años ya vendía churros en la Puerta de la Caridad de Marchena y, poco después, en la Plaza de Abastos. Ayudó a su hermana Concepción a criar a los ocho hijos que tuvo. Especialmente a tres de ellos, entre los que se encuentra Antonio. «Vivíamos con ella, ha hecho de madre, por eso ahora tenemos que cuidarla porque ha sido muy buena con nosotros, éramos sus niños».
Cuando le sobraba masa de churros, para aprovecharla hacían dulces y los vendían por las calles de Marchena. Siempre ha sido una buscavidas pero con una sensibilidad social que no olvidan sus vecinos. Echa mano de sus recuerdos y cuenta que un día iba por la calle vendiendo dulces y vio que una mujer no paraba de llorar, «acababan de echarla de la habitación donde vivía por impago, no le llegaba ni para comer». Antonio termina de contar la anécdota que se pierde un poco en la mente de Carmela. «Ella cogió 50 duros, que era un dinero entonces, y pagó el recibo de alquiler», cuentan. Esa mujer le estuvo agradecida siempre.
Y el amor por sus sobrinos llegó a condicionar sus vidas. Porque era capaz de hacer cualquier cosa por ellos. Así es como recuerda la anécdota del teniente coronel que un día llegó a la plaza a comprar churros. «Antes de llegar su turno, despaché a una señora con muchos hijos y le eché más de lo que me había pagado. Este señor se dio cuenta y cuando le tocó el turno, vio que a él le puse lo que me había pedido». Entonces el militar preguntó las razones de que Carmela tratara mejor a la mujer y ella le contestó que a él le había servido los churros que correspondían por lo pagado, pero con la mujer había sido más generosa porque estaba más necesitada.
Labor social
El militar entendió la labor social de esta mujer. Por eso, cuando ella le contó que a «su niño de su alma» lo habían destinado a León para hacer el servicio militar y desde tan lejos no podía ayudarla en la churrería. Este hombre hizo que el joven se viniera a Sevilla y librara cada fin de semana para ayudar a su familia.
Así es como Carmela, desde pequeña, no dudaba en ofrecer la ayuda que podía a sus vecinos. Y su ejemplo lo sigue ahora Antonio, un hombre que ha heredado su sonrisa y su sentido de la bondad con los demás.
Por eso no duda en estar pendiente del criterio de su tía, al pie del puesto, dando instrucciones «por lo bajo» para saber a quién «tenemos que despechar más churros de los que ha pagado».
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