Sociedad
La evolución del traje de flamenca: dos siglos de la historia de Andalucía
Presente en las ferias de ganado, fiestas populares, espectáculos y pasarelas de moda. Ejemplo de resistencia y reflejo de la atracción por el pueblo gitano. Reivindicación de la tradición y muestra de las últimas tendencias. El traje de flamenca es, por encima de todo, una de las mayores expresiones culturales del pueblo andaluz y símbolo de identidad más allá de sus fronteras.
En Andalucía, los álbumes familiares dan testimonio de una indumentaria cuya presencia ha sido siempre constante. Ha aparecido en fiestas y romerías pese a sus variaciones estéticas. El también conocido como traje de gitana hunde sus raíces en los últimos años del siglo XVIII. No obstante, no puede reconocerse un patrón básico hasta finales del XIX y principios del XX. Su historia es centenaria.
Ya en estos momentos hay detalles. Pueden encontrarse algunos indicios en el traje popular de maja o ‘guapa’, de gran prestigio y utilizado como encarnación de la resistencia ante la invasión francesa, así como en la Escuela Andaluza de Boleras, muy del gusto de escritores y pintores románticos. También se vislumbran semejanzas con el traje de faena de las clases populares y la indumentaria de las artistas flamencas. La gran mayoría son de etnia gitana en esta época. A todo ello se une la creación en 1847 de la Feria de Abril de Sevilla como feria de ganado y su posterior evolución hacia acontecimiento festivo.
Parte del imaginario andaluz
«El traje de flamenca forma parte del imaginario andaluz, identifica una forma de sentir y de relacionarse. La vestimenta es una forma de comunicación no verbal», explica Elena Hernández de la Obra, conservadora del Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla. El recinto expositivo, gestionado por la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico, custodia un conjunto de carteles oficiales de las Fiestas de Primavera de la capital andaluza, datados entre 1911 y 1989, que dan fe de la evolución formal y estilística experimentada por este atuendo durante el siglo pasado.
En el color de estos carteles, pero también en las fotografías en blanco y negro o sepia que se almacenan en la intimidad de los hogares, el traje de flamenca testimonia una forma personal de comportarse y divertirse a lo largo de las generaciones. «Muchas veces se piensa que en lo tradicional no se puede innovar, pero la tradición es algo vivo que evoluciona, es una selección que hacemos en el presente del pasado», asegura María Venegas Ortiz, también conservadora del Museo de Artes y Costumbres Populares sevillano.
Y esta vestimenta ha sabido no estancarse en un momento histórico determinado, conservando a la vez su capacidad representativa y festiva. De hecho, la asociación de diseñadores y empresarios de moda y artesanía flamenca solicitó el pasado mes de enero el reconocimiento del traje de flamenca como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. No en vano, el vestido y sus complementos trascienden el mero aspecto estético y suponen toda una descripción de la personalidad y la historia de Andalucía, además de representar la imagen de España en el mundo.
Vestir bien como rebeldía
La antropóloga Rosa María Martínez Moreno, autora de varias publicaciones sobre el traje de gitana, narra cómo los viajeros románticos se escandalizaban ante el buen vestir de las clases populares andaluzas: «La espectacularidad democrática del atuendo flamenco, heredada de sus antepasados los trajes de majos y majas andaluces, es una expresión de dignidad ante el otro, una barrera ingenua ante el posible menosprecio».
Más adelante, el gusto por la indumentaria flamenca obedeció no solo al deseo de marcar la diferencia frente al afrancesamiento de la moda como consecuencia de la invasión napoleónica, sino también a la identificación de lo moderno con la cultura popular. «La aristocracia también se identificó con estas prendas -subraya María Venegas- y empezó a usarlas en los contextos festivos».
Diferencias
Por otro lado, aunque el atuendo real de las gitanas en la segunda mitad del siglo XIX difería bastante del que pintan los costumbristas, el traje de flamenca sí se asemeja bastante al de los artistas que formaban parte de los cuadros flamencos que actuaban en cafés-cantantes, fiestas privadas y casetas de feria.
La experiencia ha guiado, igualmente, la adaptación del traje de flamenca a un evento concreto. «Existen variaciones dependiendo de su uso para ferias, romerías o para espectáculos flamencos», explica la conservadora María
Venegas, una tesis que refuerza su homóloga en el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, Elena Hernández: «En función del uso, sus componentes son distintos y se acoplan perfectamente para el resultado final. Además, refuerza la identidad local en las ferias, regional en las romerías e incluso internacional, porque es sobradamente conocido fuera de España».
El primer patrón
En el artículo ‘Vestirse de flamenca o por la tradición llegó la gracia’, publicado en la revista ‘Andalucía en la Historia’, la antropóloga Rosa María Martínez data entre los años 1890 y 1910 el aspecto actual del atuendo flamenco, siguiendo un patrón básico. En primer lugar, estaría integrado por un traje enterizo, muy ceñido al talle y escotado, de mangas cortas y con amplia falda acampanada, adornada con uno o varios volantes. Iría confeccionado en tejidos ligeros y baratos, como el percal, y liso o estampado en lunares o flores. Otro elemento en ese momento serían las enaguas almidonadas con uno o varios volantes, cumpliendo la función de ahuecar la falda como el antiguo miriñaque. Muchos trajes contemporáneos, precisa Martínez Moreno, han eliminado ya esta pieza debido a un proceso de simplificación.
El zapato, ceñido y con trabillas para facilitar la sujeción necesaria, y un pañuelo de talle de cuatro picos en seda bordada rematada con flecos, también de seda, bien cruzado sobre el pecho, bien prendido con alfiler a la altura de la cintura. A lo largo del tiempo, la estilización de esta pieza se ha reducido, en ocasiones, a su simple evocación a través de unos flecos pegados en el escote.
Complemento
Otro complemento del traje es el mantón de China -mal llamado de Manila, nombre debido a que en su comercialización hacia España pasaba por Filipinas-, de seda o crespón de seda bordado, en los primeros tiempos doblado en pico y, posteriormente, plegado en cuadro.
Antes de la Guerra Civil, el atuendo flamenco incluía mantilla de encaje sobre peina de carey o nácar, algo hoy reservado sólo a la Semana Santa o a las corridas de toros, pero nunca como compañía del traje de gitana.
La mujer de flamenca, en su patrón tradicional, peina un tocado de moño bajo adornado con peineta grande o peinecillos en carey, nácar o plástico de colores, con flores naturales o artificiales. El conjunto ‘estándar’ se completa con pulseras, collares de grandes cuentas y zarcillos de coral, perlas o de cuentas artificiales con gran variedad de colores.
Las estaciones en las que confluyen la mayoría de las ferias y romerías andaluzas -primavera y verano- condicionan que los tejidos suelan ser frescos o vaporosos. «Todo contribuye a una construcción de género, con la identificación de la mujer andaluza, y a una exaltación de su belleza, algo muy acorde con la cultura mediterránea», apunta Elena Hernández.
A la última moda
Los trajes de flamenca comenzaron a evolucionar entre 1920 y 1936 siguiendo los dictados de la moda, una tendencia que no ha cesado desde entonces. Tal y como la define Rosa María Martínez Moreno, es «la única indumentaria tradicional que se actualiza continuamente» y que «no se ha estancado en un momento histórico determinado, como ocurre con la mayor parte de las indumentarias tradicionales, sino que evoluciona desde los primeros tiempos de acuerdo con la moda».
¿Y cuál ha sido esta evolución? Los carteles de Fiestas de Primavera de la década de 1910 muestran el traje de flamenca con larga falda rematada con volantes y levantada con enaguas, completado con el mantón ya sea en pico, forma rectangular o ‘a la moronga’ (de gran tamaño, en pico por delante y con los extremos cruzados por la espalda, cayendo por los hombros). En los años siguientes se introducen el percal, liso o de lunares, y el talle bajo a la cadera. La falda se acorta hasta los tobillos y se acampana con tres grandes volantes fruncidos con vivos colores. La peineta es alta, tipo teja, y los aderezos (grandes pendientes y collares) se realizan con resinas industriales para aligerar su peso.
A partir de los años 30
En los años 30, el talle se alarga ligeramente y crece el número de volantes, colocados en zigzag y acabados con alegres remates y puntillas. Los acompañan los mantoncillos de tres picos.
En la década de los 40, por su parte, continúan los tejidos lisos o de lunares, de percal almidonado; los volantes bajos, combinados con remates de madroños o adornos de puntillas, y las mangas de farol, que después evolucionarán a mangas a la sisa con volantes.
En los 50, aumenta el volumen de las faldas, que se adornan con gran cantidad de volantes que parten de casi la cintura. Las mangas son en sisa con volantes. Será característica de estos años la profusión de remates de pasamanería con flecos, madroños, cintas y puntillas.
La aparición de la minifalda en la década de los 60 recorta también los trajes de gitana. Llegan a cubrir escasamente las rodillas. Los volúmenes aumentan en estos años gracias a las enaguas y a los tejidos artificiales de tergal y nylon, arrastrados por la influencia pop. Los volantes pasan a estar rematados con cordoncillos rígidos de algodón introducidos en el borde, que aportan la rigidez que años atrás se obtenía almidonando los tejidos.
La juventud de los 70
Los 70, que supusieron al principio un rechazo al uso del traje tradicional por parte de una juventud «más contestataria», en palabras de Martínez Moreno, conllevan ya avanzada la década un nuevo cambio. El vestido vuelve a alargarse y disminuye el volumen amplio de los 60; las mangas, a la altura del codo, terminan en amplios volantes, y los mantoncillos, de largos flecos, se confeccionan a juego con el traje.
A finales de la década de los 70 tiene lugar una revitalización del atuendo flamenco coincidiendo con las reivindicaciones autonómicas, y esto desemboca en los 80 en una reinterpretación de la moda de los 40. Los volúmenes se incrementan; los volantes, rematados con vivos de colores y dispuestos en alineaciones caprichosas, aumentan su número y reducen su tamaño. Las mangas se acortan hasta la sisa y también se adornan con varias filas de volantes.
La actualidad
En los últimos años del siglo XX y principios del siglo XXI, el traje de gitana ha experimentado diversas transformaciones. Han ido principalmente encaminadas a realzar la silueta femenina. Los cambios son varios. Se ha producido un estrechamiento y alargamiento del talle, que ha llegado a bajar el comienzo de la falda por encima de la rodilla. Ha disminuido e incluso desaparecido el uso de volantes en las mangas. Se han diseñado modelos de tirantas y se han incorporado nuevos tipos de escotes como el palabra de honor. En muchas ocasiones, el traje se ha ido asemejando al que usan las bailaoras profesionales. Se han hecho cambios de todo tipo.
En su confección, esta prenda lleva consigo todo un proceso de fabricación y saberes artesanales. A partir de los años 60 del siglo pasado, incluyó también la producción seriada e industrial. Su elaboración ha saltado, asimismo, a la alta costura, ha puesto su imagen a firmas de moda e incluso ha permitido ver desfilar al traje de flamenca por las grandes pasarelas.
Una vestimenta que en Andalucía ha bebido de varias fuentes. Ha sido en una suerte de mestizaje hasta convertirse en lo que es hoy. «No somos receptores pasivos, sino creadores activos de esta tradición». Lo subraya Elena Hernández. «Quien mantiene vivo el patrimonio inmaterial -añade su compañera, María Venegas- no son las instituciones, es la gente anónima del pueblo». Con todo, la evolución es constante.
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