Opinión
La desvergüenza de la «educación»
¿Qué haríamos sin nuestros docentes? Es una pregunta que a menudo nos hacemos, sobre todo, cuando tenemos que tener a nuestros hijos más tiempo de lo normal en casa y nos damos cuenta de la gran paciencia que deben tener “nuestros pobres docentes” para poder aguantar no solo a nuestro vástago, sino a 26 como él/ella, ¡o peores!
¿Qué haríamos sin nuestros docentes? Esos que en plena pandemia se han dejado los ojos trabajando para poder darle a nuestros pequeños, y los ya no tanto, la formación que debían recibir de la mejor manera posible, haciéndoles llegar vídeos, programas y clases preparadas de manera telemática para que no se perdieran en la odisea de la distancia física.
¿Qué haríamos sin nuestros docentes? Grandes perfiles vocacionales que se desviven por darle lo mejor a sus alumnos, que se involucran y comprometen, e invierten su tiempo personal y familiar en su trabajo para ofrecer lo mejor de sí mismos a los que sienten como parte de ellos, a sus alumnos.
Desgraciadamente, nos encontramos en esto, también, a grandes profesionales. Y digo profesionales, no de vocación, sino de esos que lo que más aprecian de su trabajo es el poder gozar de una nómina asegurada y que no respetan ni empatizan con sus mismos “compañeros”.
Granada, 2014. Mediados de noviembre. Una llamada de la Delegación de Educación para suplir una baja “indefinida”. La cuestión es sumar puntos por interinidad, así que Juan acepta la propuesta y deja su trabajo de camarero con el que paga sus facturas para dedicarse durante tiempo “indefinido”, a lo que más le gusta, la educación infantil.
Lo que para Juan comienza siendo una pequeña sustitución con previsión de corto plazo, termina por ser una baja de larga duración y cubre el curso hasta junio. Para sorpresa de todo el equipo educativo del colegio donde Juan ejerce su sustitución, la profesora titular vuelve a su puesto a escasos 20 días de la finalización del curso.
Los niños lloran desconsolados porque su querido maestro se marcha y, a cambio, una chica totalmente desconocida va a recibir con ellos el verano y la fiesta de fin de curso que llevan preparando desde hace semanas. Y la historia se repite una y otra vez en todos los centros educativos de Andalucía, con más o menos agravio, pero siempre a favor de que el titular reciba su esperada nómina más el extra de verano, dejando al sustituto, al currante del año, “sin plumas y cacareando”.
Sevilla, 2022. Octubre. La petición de tutoría urgente de una madre a la nueva tutora de su hijo, para poner en preaviso sobre la especial forma de ser del chico, con intención de evitar en lo posible futuros problemas con el resto de la comunidad educativa. Una reunión que no da tiempo a celebrarse sin que ese mismo día su hijo, nuevo alumno de primero de E.S.O. reciba una dosis de violencia por parte de sus compañeros, que lo tiran al suelo y le humillan delante del resto, vaciándole la botella de agua que llevaba en la mochila, a la salida de clase.
Unos actos de acoso que se repiten y que desembocan en un episodio de depresión y en la negativa de asistir al centro de manera reiterada por parte del menor, que pierde por completo el interés en las clases y en la gente que le rodea.
Por suerte, después de las conversaciones de los padres con el equipo directivo y de apoyo, y de hacerle entender a su hijo que debía hablar con alguien si no quería hacerlo con ellos mismos, Sam toma la determinación de contarle todos sus problemas a la psicóloga del instituto. Para sorpresa de Sam, su psicóloga se ha dado de baja y durante las siguientes semanas está ausente. Lo mismo ocurre con su tutora. Solo han pasado escasas tres semanas desde el inicio del curso y el centro recibe ya a los sustitutos pertinentes.
Y la historia se repite, una y otra vez en los centros educativos de Andalucía. A 20 días de cerrarse el curso, el sustituto debe marchar para dejarle hueco a la ausente durante el año. Y de nuevo, los alumnos son los más damnificados.
El incesante trabajo realizado por el tutor sustituto de Sam en conjunto con el equipo de psicólogos y personas de apoyo del centro, han conseguido que el menor recupere la motivación, sacado de la depresión y logrado que se abra y hable de sus problemas reales con sus padres. A 15 días de cerrarse el curso 21-22, Sam es una persona diferente gracias al gran trabajo realizado por la vocación de quienes lo han guiado, apoyado y aconsejado.
Pero parece ser que eso no es lo que prima ante nuestro sistema educativo, que de una manera reiterada somete a nuestros docentes vocacionales y alumnos ante un plan sinsentido e injusto, que deja caer en la precariedad laboral a cientos de grandes docentes que, de verdadera vocación, lograrían cambiar la lacra que impera a sus anchas, llevando por bandera el acoso y la soberbia a nuestras aulas.
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