Cádiz
¡¡¡Gracias, mi capitán!!!
“La muerte compra en el supermercado vino y rosas para merendar. Yo desnudo siempre la saludo y le guardo un respeto”.
José Carlos Valverde Sánchez
Hoy se ha ido Juan Carlos Aragón Becerra y estoy como huérfano con padre. Desolado. Albergo un latir de vida inerte e irreversible. Una sístole, sin diástole, forzada y apática que no me da para respirar en este estúpido viernes de mayo. El mecanismo oxidado y frágil que marchita una primavera que se ha vuelto oscura sin tus letras. Porque creo que estoy más muerto que hace un rato, o al menos no tan vivo como antes de tu partida. Ángel negro, canalla, rebelde de “las noches de verano en la tacita” donde ondeaba tu melena con la brisa del levante. Tu Cádiz, tu alma libre y enjaulada en la misma encrucijada. Tú, veneno de las lluvias de invierno. Tu adiós ha golpeado en el estómago a un febrero abandonado de comparsa y corazón chirigotero.
Te llora el mundo y te llevas el talento por bandera. Tú, carente de desdichas y gatillo de sonrisas. “Qué yo pa’ tragedias ya tengo las mías”. A la espalda mientras ruge, “como si fuera un cañón”, tu guitarra insondable. Ya es carnaval en el cielo. Aunque tú no sientas las plegarias deja que encoja mis labios señalando hacia el cielo mientras pronuncio tu nombre. Porque “ojalá que exista el cielo”. Y hoy sea luto celestial carnavalero y de locura. “Me han dicho que la locura es una enfermedad tan típica de Cádiz que los gaditanos que no la padecen nunca van al cielo”.
“Y dudo que al cielo lleguen las comparsas que presento porque allí con el infierno en el que estoy no quieren nada”.
Hoy desuno los recuerdos de mi vida. Hoy se ha ido Juan Carlos Aragón Becerra y el mundo no ha de olvidarlo. Fecha de poetas uruguayos. Benedetti y Araka la Kana. Con un último suspiro una década después, el mismo día. “Si la muerte vale poco, la vida no vale nada”. Hoy me han empujado hacia el vacío mis recuerdos. Han huido hacia adelante. Quizás todos hayamos envejecido un poco más y echado a correr gritando tu nombre. “La muerte es una tradición de Dios”, decía Benedetti. Ahora quizá, con tu deje insolente de niño enfadado, se lo estés echando en cara en algún lugar del infinito. En el todo del que sigue añorando (ya) tu ausencia y que espera, aquí abajo, a que regreses tras el telón del Falla el próximo mes de febrero. Pero ya no volverás.
Cuando los grandes deciden marcharse uno envejece un poco más. El pasado vuelve a morir (siempre existe una última vez, aunque no llegue), y entiendes cómo gira esta pelota de desdichas que llamamos vida. Te estiras entonces y, con algo de miedo, recuentas las hostias que te dejan desnudo ante la muerte. “La muerte es una lluvia que cae hacia arriba”.
Pero a los genios no se los lleva nada, ni nadie. No se despiden porque nunca se van obligados, ni invitados. Ellos se levantan de forma pausada y cierran la puerta sin hacer ruido. Flotando en la victoria. Porque han decidido marcharse. Y ellos son el motivo. Poco más. Siempre ocurre lo mismo. Y es que los genios, se miden por cómo cierran la puerta al salir. Gracias, maestro. Gracias, mi capitán.
“La muerte es la mejor despedida del hombre”.
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