Empresas
Ferretería de Revilla o un viaje a la historia del comercio de Arahal
Data del siglo XIX y hoy la cuarta generación de la misma familia apuesta por continuar con su legado
Poner el negocio al día es zambullirse en productos olvidados en viejos cajones por el desuso del consumidor
Carmen GONZALEZ
Fotos: Claudio RAMÍREZ
Entrar en la Ferretería de Revilla es como hacer un viaje al pasado. Tiene rincones llenos de productos y cacharros que transportan al tiempo en el que cuidar y conservar era la premisa. Por eso, aún venden tornillos para una olla exprés de hace más de 40 años o para una tijera de costura. Data del siglo XIX y se mantiene con la misma filosofía, hay tal variedad de productos que son miles las referencias, hoy intentan incluirla en un ordenador pero es tarea ardua para productos con más de un siglo que quedaron en los cajones por el desuso.
Fue primero la esquina de Juana porque así se llamaba su fundadora, Juana González, bisabuela de José Antonio Revilla, ahora gerente del establecimiento y responsable de que la tienda aún esté abierta. En esos tiempos, había de todo, más que ahora.
Desde aceite del pelo, colonia Ana Bolena, cajas y cajas de botones, tornillos y tuercas, mantillas de popelín y encajes para que las mujeres se cubrieran la cabeza en misa, fideos, café y aceite de oliva a granel, carburo para las lámparas (no había luz eléctrica), bacalao, caramelos, hules, menaje, ollas de porcelana y vasos Duralex, y herramientas u objetos que forman parte de la cultura del pueblo, como macacos o cacharros de madera para sajar o partir las aceitunas, tablas de lavado (que todavía se venden posiblemente con otra finalidad).
Los nombres de una esquina
Después de Juana se hizo cargo de la tienda Elisa Marín, madre de José Revilla Marín a quién sólo con cerrar los ojos se puede ver detrás del mostrador, con la socarronería que lo caracterizaba. Sin faltar ni un solo día, salvo cuando la vejez y enfermedad pudo con su constancia.
Elisa también dio nombre a esa esquina, como después se lo dio Revilla, para llegar al siglo XXI aguantando a pulso la proliferación de tiendas de comestibles, de varias ferreterías, de grandes superficies. Sin embargo, la esquina resistió porque se ha ganado, después de más de 100 años, ser el lugar donde se encuentra todo. “Eso anca Revilla lo hay seguro”. Y lo hay, no tengan la menor duda.
La tienda de Revilla ha sido además, sin pretenderlo, Escuela del Comercio en Arahal. Allí empezaron empresarios como Joselito (tienda calle Sevilla), Rafael González (propietarios de los supermercados de la Plaza Vieja), familia Quito (todos con negocios de pintura, supermercados y electrodomésticos), familia Luna (cristaleros), entre otros, todos grandes comerciantes de Arahal. Y todos aprendieron detrás del mostrador de madera de una tienda llena de cajones, con tirador en forma de concha para los productos de la costura, y, con tornillos o llaves pegados, los de la ferretería.
Hasta 5 empleados
En ese espacio donde no se paraba ha estado casi 50 años Rafael García Moreno, aunque la tienda llegó a tener hasta 5 empleados, sólo quedó él. Callado iba y venía por todos los rincones del establecimiento, subía mil veces y bajaba la escalera de una falsa planta donde acumulaban más productos de fontanería. Rafael García seguramente tiene mil anécdotas que contar, porque medio siglo es mucho, pero se le aturullan en la memoria.
No obstante, no deja de sacar, nadie sabe de dónde, ni siquiera el dueño de la tienda, todo tipo de productos que se utilizaban cuando la peseta aún era un valor de mercado. Máquinas de coser antiguas, toperas, trampas para distintos tipos de animales (entonces no estaban prohibidas), polvos con tono de clavel para dar color a las mejillas de las mujeres, Katigene, un desinfectante parecido al alcohol sanitario, tinte del pelo Komol, super lustre Siris para dar brillo al calzado, tintes para la ropa Iberias en cápsulas de cartón y hasta los primeros paquetes de polvos para la lavadora de Ariel o Elena que salió al mercado, entonces un bien muy caro.
Rafael se mueve rápido porque, aunque ya está jubilado, ha pasado más tiempo detrás de ese mostrador que casi en su casa. José Antonio Revilla y sus hermanos tenían previsto cerrar el negocio cuando este empleado se jubilara pero… “Me picó la nostalgia y no fui capaz” dice.
Y ha hecho una apuesta fuerte porque este no es sólo un negocio, es parte de una vida. “Pasé aquí los veranos de la infancia, recuerdo que mi padre nos mandaba a por los huevos a la granja y, cuando llegaba, las mujeres discutían por llevárselos”, cuenta José Antonio.
Mostradores untados con la patina del tiempo, cuántas manos se posaron en sus bordes para reclamar un producto que sólo Revilla tenía. Recuerdos de compras de un cuarto de azúcar liados con manos diestras en el recio papel Doña Fea (papel de estraza), olor a bacalo en tiempos de cuaresma. Cartuchos de material preciado y de bastidores de bordados cuando a las niñas enseñaban labores o del material necesario para la asignatura de Pretecnología en la EGB.
La tienda de Revilla era un supermercado concentrado en una esquina con pretensión de, no sólo vender, sino servir a sus vecinos. “Antes ir a Sevilla era una odisea por lo que había que tener de todo”, dice José Antonio Revilla, que no sólo ha heredado la tienda de su padre sino parte de su físico y gestos.
Hoy apuesta por seguir con el negocio y cada día limpian profundamente y ordenan su historia. Además de mucho polvo, encuentran productos para montar un museo, incluso documentado con catálogos de las primeras cocinas que llegaron a Arahal. Imágenes que en la actualidad serían vintage excepto en los precios.
Poco a poco, a la tienda de Revilla le dan un lavado de cara. Una noria gira en su escaparate acompañada de productos que siguen recordando al transeúnte que se trata de un lugar especial, donde vivirá eternamente Pepe, mientras haya vecinos que guarden en su memoria su figura detrás del mostrador de madera.
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