El vestidor que mira a la Virgen de frente hace 35 años

Francisco Rodríguez Lozano es muchas cosas. Es peluquero, profesión con la que se ha ganado la vida. Es bordador, afición gracias a la que ha conseguido recuperar parte del ajuar de la Virgen de los Dolores de su Hermandad, la de la Misericordia de Arahal. Pero cuando se acerca Semana Santa es, sobre todo, vestidor de imágenes. Viste casi todas las vírgenes de Arahal, también las de Gloria, y San Juan Evangelista. Su devoción está a la altura de su saber hacer y lo sabe, no necesita que nadie encumbre su arte porque la creatividad no se enseña ni se aprende, se trae en los genes y es para siempre.

Francisco Rodríguez, junto a la Virgen de las Angustias, de la Hermandad Sacramental de la Esperanza.

Enfermo y siguió

Rodeado de manguitos, tocados, cíngulos, mangas, sayas, cuerpos o mantillas pasa estos días desde hace 35 años. La víspera de Semana Santa para él son horas de trabajo que no le pesan, incluso cuando hace un año tuvieron que sostenerlo por debajo de los brazos para poder terminar de vestir a sus imágenes. Su cuerpo agarrotado a causa de la enfermedad de Arnold-Chiari, una malformación caracterizada por el descenso de una parte del cerebelo y, en ocasiones de casi su totalidad, por el agujero occipital mayor. Este padecimiento, que tardaron en diagnosticarle, poco a poco lo fue dejando paralizado.

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El último Jueves Santo, cuando la virgen de los Dolores salía por la puerta de una de las iglesias más antiguas de Arahal, Francisco Rodríguez, Paco para los amigos, la esperaba abrazado a la reja de la entrada. La silla de ruedas cerca, pero la recibió de pie, sostenido por la intensidad de su plegaria. Esa imagen quedó plasmada en una foto en la que su mirada se perdía en el paso de palio. Un año después cuenta cuál era su ruego: «aquí me tienes, de ti depende madre mía que pueda seguir vistiéndote». Ese año no pudo acompañarla por las calles de Arahal, su cuerpo no resistía ni una sola chicotá.

Y aquí está, un año después. Lo operaron el 19 de abril y dice con seguridad que «no fue la virgen, fue un excelente cirujano, pero la virgen guió sus manos». Sigue con la recuperación pero, en estos días, pasa las tardes montado en los pasos y al cuidado de que las imágenes salgan a la calle, cada una en su día, sin un pliegue de más, con el pañuelo en las manos como recién puesto hasta el final, el rosario en la otra, las mangas con frunces que parecen llevar siglos, con capas caídas y dispuestas a recibir el aire del anochecer como si estuvieran recién colocadas.

Viste la mayoría de las imágenes de Arahal

Francisco no recuerda por qué empezó a vestir imágenes. Pero con su natural desparpajo te cuenta que una amiga de Morón de la Frontera le pidió un donativo para su Hermandad. Era 1984. Entonces, él quiso ir más allá y le dijo: «te visto a la virgen y además le compro lo que haga falta». Y así comenzó una historia que dice terminará cuando se muera: «ahora sé que para dejar de vestir a las imágenes tengo que estar muerto».

Después, ya en Arahal, se atrevió con la Virgen de los Dolores de la Misericordia, a su cargo desde 1989. Continuó con la Virgen de los Dolores (Hermandad de Jesús Nazareno), Virgen las Angustias y San Juan Evangelista (Hermandad Sacramental de la Esperanza), La Piedad (Vera-Cruz), la patrona Santa María Magdalena, Madre de Dios del Carmen y Virgen del Rosario.

Y nunca llega a la iglesia con una idea preconcebida porque sabe que, cuando está frente a frente, el tiempo se pone de su parte. A veces le habla a la Virgen, otras solo la mira, y otras le reza pero «nunca pido para mi», ni siquiera el año pasado cuando para acabar la tarea (ni se atreve a llamarlo trabajo) tuvo que sentarse más de 30 veces. Así de cabezona es la pasión y la devoción.

Francisco o Paco está mucho mejor, aunque necesita más tiempo. Y, aun sin terminar su recuperación, sigue bordando. En estos días acaba de entregar una nueva túnica para el  a la Hermandad de San Antonio para que la estrene el próximo Domingo de Resurrección.

A su ritmo, pero sin dejar de ser el artista que mira a la virgen como pocos, de frente y sin dejar de ponerse a su disposición.