Arahal
El doble confinamiento de Rodrigo: de la cotidianidad al infierno en solo unos días
Rodrigo García Alba tiene 74 años pero mente de niño después de sufrir con tres años una meningitis; tanto él como su familia han pasado días muy difíciles porque el estado de alarma rompió su rutina
El doble confinamiento de Rodrigo: de la cotidianidad al infierno en solo unos días
Rodrigo García Alba está de vuelta en la Plaza de la Corredera de Arahal desde hace unos días.Y su familia ha conseguido respirar después de casi dos meses de confinamiento que han convertido su día a día en un sinvivir. Porque no se pueden hacer una idea de cómo lo han pasado todos, pero en especial su hermana Encarna, su tata. La presencia de este hombre de 74 años, que una meningitis dejó con la mente de un niño, es para muchos vecinos la imagen de la cotidianidad. Verlo vestido con un polo verde agua y sus vaqueros, sentado de medio lado en un banco de la céntrica plaza, es aceptar que la realidad de los pueblos está formada por personas insustituibles.
Y es el caso de Rodrigo, el hombre de dulce mirada, el que hace estas líneas necesarias. Para su familia el confinamiento ha sido una prueba de fuego, una situación que por momentos se convertía en infierno. En su mente no cabe que de golpe lo arranquen de una rutina que empieza cada día por los paseos de la Fuente (Avenida Gabriel Mengibar), a primera hora de la mañana, después de que su hermana Encarna lo ponga guapo, con ropa limpia, recién peinado, y le dé el desayuno.
27 días confinado en el campo
Una rutina que acabó el día 15 de marzo cuando el Gobierno de España decretó el estado de alarma. Intuyendo lo que se les venía encima, la familia de Rodrigo se fue al campo. 27 días de horas interminables, en los que la noche se ha confundido con el día hasta el agotamiento. Rodrigo lo único que quería, exigía, imploraba a su manera era volver al pueblo, recuperar su vida. Él no entiende que un maldito virus pueda hacerle daño ni que su presencia, difícil de mantener con mascarilla, significase un daño para los demás.
“Casi se vuelve loco, no dormía, no había manera de entretenerlo, ni con lo que más le gusta que es comer, yo le daba todo lo que quería, pero los últimos días fueron un infierno”, así describe Encarna lo pasado, con la voz rota por la angustia, con la pena de no saber qué hacer en esta situación, salvo lo que prescribió el médico, subir las dosis de la medicación que toma porque se volvía, por momentos, más agresivo. El sufrimiento se extendía por su familia como una mancha oscura que hacia de la preocupación una constante.
“Mira que lo hemos pasado mal con él, teniendo que ir a buscarlo muchas veces, encontrarlo borracho y meterlo en el coche obligado, pero nada ha sido como estos días”, cuenta su hermana. Y así es como, debido a los mimos excesivos con el que lo ha mantenido entero, la tata ha pasado a ser “mamá”. Así la llama desde entonces porque ella, junto con el resto de la familia, ha tenido una paciencia infinita, ha llorado ante su desesperación por salir y subir por los paseos buscando el centro.
Los besos sonados de la incomprensión
En estos días Rodrigo ha vuelto a sufrir la incomprensión de quienes piensan que porque ande, sonría y busque lo que le gusta, también va a entender que el coronavirus es muy contagioso, que tenía que dejar de ofrecer sus besos sonados a todas las personas que quiere y que lo quieren, que no podía dar la mano ni abrazar como lo ha hecho tantas y tantas veces.
Han criticado que no lleve mascarillas, que se acerque a las pocas personas que había por la calle buscando su calor, su complicidad, llamándolos a voces para conseguir un cigarro. Han criticado que su familia lo deje salir. ¿Y cómo van a retener y convencer a un hombre con mente de niño?
Hasta ha tenido un encuentro con los militares del Ejército del Aire que por unos días vigilaron las calles de Arahal. Fue el día en el que su hermana ya decidió que tenía que dejarlo ir porque había sobrepasado con creces su resistencia. Lo vio salir por la calle Murillo, casi arrastrando los pies por la medicación, con la pena agarrada a su garganta y sin dejar de llorar.
Rodrigo no era el mismo y tenía que volver a serlo, viéndose en la encrucijada de dejarlo salir y exponer su salud o, encerrarlo, lo que ya le estaba pasando factura. Tenían, tienen, que arriesgarse pidiendo a la sociedad, sobre todo, comprensión.
Personas y circunstancias
Según cuentan, cuando los militares, que no sabían el mes que había dejado atrás, le intentaron hacer entender que no podía estar en la calle, mucho menos sin mascarillas, Rodrigo se rebeló. Detrás de los únicos uniformes que conoce están sus amigos, policías locales que saben de su realidad y la entienden. Aún así, Encarna fue a hablar con el jefe de la Policía Local de Arahal para decirle que lo dejaran tranquilo “si no hay nadie por la calle, ¿a quién va a molestar?”, preguntaba en su desesperación esta mujer que es el alma de su hermano.
Y es que quien no lo entienda, sólo tiene que vivirlo. Igual que estos días han sido una situación excepcional, Rodrigo también lo es. Igual que muchas personas que están en su misma circunstancias, de distintas edades. La única diferencia es que Rodrigo es más conocido, forma parte de la estampa cotidiana de la vida de Arahal. Y ha sido en esta estampa donde se le ha echado especialmente de menos.
Subiendo por la calle Puerta Utrera
En estos días vuelve a subir mirando a un lado y otro por Puerta Utrera, buscando al amigo que lo saluda con cariño, al que le da un cigarro. Un poco encorvado por la edad, pero con el porte de una persona que no ha parado; “ya está más torpe”, dice su familia. Lo único que no pierde es su clara mirada de inocencia que frunce ante cualquier contratiempo. Ya, en la Plaza de la Corredera, espera encontrar a su gente, en estos días en los que no se ha instalado del todo la normalidad, sin bares abiertos y sin vida.
Y así se lo ha contado a Encarna cuando ha vuelto a su casa, antes de la hora prevista, con sus medias palabras, gesticulando para hacerle entender que todo estaba cerrado, que no había nadie, como si su hermana viviera en su misma realidad. El coronavirus, palabra que ha entrado en su vida para desmantelarla, forma parte de su presente, lo único que cuenta para Rodrigo.
Por eso no entiende que exista un futuro esperanzador en el que volverá a la Corredera y lo invitarán a café en el bar Los Quinteros o en la Cafetería Virgen de los Reyes. O lo esperarán en el bar La Campiña sobre la una de la tarde para ofrecerle cada día una tapa con cerveza sin alcohol, cuando Juan o Paco se preparan para dar los almuerzos.
Rodrigo García Alba forma parte de la normalidad, de la de antes y de la nueva. Por eso verlo estos días sentado de lado en un banco de la céntrica y emblemática plaza de Arahal, marca el camino de la esperanza.
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