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De protocolos, improvisación y abandonos a la suerte

De protocolos, improvisación y abandonos a la suerte

De protocolos, improvisación y abandonos a la suerte. Escribo estas líneas desde la soledad del confinamiento. Vaya por delante que no pretendo dar lecciones a nadie y que soy indocto en cuestiones sanitarias. Sólo reflexiono intentando utilizar el sentido común.

Jonatan Morilla Jiménez

Estamos viviendo un drama que todavía no somos conscientes de su dimensión. Sólo cuando podamos analizar esta época con un poco de perspectiva podremos darnos cuenta. Es como si una ola nos estuviera arrastrando y solo atinemos a poder coger aire a duras penas, sin tiempo para pensar qué nos está pasando, pura supervivencia.

Evidentemente, gestionar una crisis sanitaria de esta índole debe ser extremadamente difícil. Mucho más teniendo en cuenta que las medidas más eficaces para controlar esta pandemia, son las que más daño causan a la economía. Debe ser muy complejo guardar el equilibrio entre los daños a la salud y los daños que pueden provocar la parálisis económica.

Protocolos y cuarentenas según la profesión

Tan evidente es eso, como que después de siete meses de gestión de la pandemia, seguimos viviendo en la continua improvisación y no en pocas ocasiones, la desidia de los responsables funcionariales de algunos estamentos. Los protocolos cambian tan rápido como cambia el escenario. Algo falla si los protocolos cambian en función de los medios disponibles en cada momento para hacer frente a rebrotes.

Así es imposible que sean eficaces. Incluso, protocolos y cuarentenas diferentes según la profesión a la que pertenezcas ¿acaso el virus se comporta diferente en un cuerpo u otro dependiendo de su profesión? Claramente, no. Por tanto, si los protocolos de aislamiento no son los mismos, sobra decir que algo falla. Eso por no entrar en los conflictos de competencias y reinos de taifas en los que hemos convertido la administración española. Sería motivo de un escrito mucho más extenso.

En contacto con un positivo

Voy a ejemplificar lo expuesto en la experiencia que estoy viviendo. En la tarde del domingo recibo llamada de un compañero en la que me informa que otro compañero del turno, con el que patrullé la madrugada del lunes al martes, ha dado positivo por COVID-19. Todo de forma extraoficial. Ni el propio implicado nos había advertido que tenía síntomas y que la persona que vive con él había dado positivo. Pero tampoco ningún superior jerárquico se pone en contacto con ningún policía con los que mantuvo contacto. Empiezan las dudas.

A las 06:00 de la mañana del día siguiente tengo nombrado servicio. Tras conversaciones con los demás compañeros, decidimos llamar para que alguien nos dijera cómo proceder. La respuesta de la superioridad: Actúen en consecuencia. ¿En consecuencia? ¿Qué es en consecuencia? ¿Me presento al servicio o no me presento al servicio? Pues así nos despacharon, con una frase hecha que no significa nada. Por responsabilidad, entre todos decidimos no acudir al servicio, aislándonos por decisión propia para evitar la propagación entre el resto de compañeros.

Por otro lado, empezamos a movernos cada uno con su compañía médica para saber qué hacíamos. La compañía me derivó al departamento de salud de la comunidad autónoma. Cuando llamo a Salud Responde, no me atiende ninguna persona. Una máquina me va indicando qué números tengo que pulsar, llegando un momento en el que marco la opción de que no tengo síntomas y me deriva a mi servicio de prevención pertinente, el mismo que me había derivado al servicio sanitario de la comunidad autónoma: la pescadilla que se muerde la cola. Todo esto sin poder hablar con ninguna persona, sólo máquinas. Tampoco se ha puesto en contacto con ninguno de nosotros ningún rastreador.

Cambio de criterios y ridiculeces

Algunos compañeros optan por fingir sintomatología o exagerarlas e irse de urgencias para que le realicen la PCR. Yo, espero a la mañana del lunes para ponerme en contacto telefónico con mi médico de medicina general, quien por email me manda el volante e informe para pedir autorización a la compañía médica para poder realizarme la PCR. Aquí sigo esperando que la autoricen.

Mientras tanto, según qué médico, a unos compañeros les dicen que deben guardar 10 días de aislamiento y a otros les dicen que 14, independientemente del resultado de la prueba. Eso teniendo en cuenta que ya hace una semana del contacto. Podría entender que una semana más para que se cumplan las 2 semanas desde el contacto con un positivo, pero ¿dos semanas más?  ¿Qué sentido tiene eso? Completamente ridículo, mucho más con una PCR negativa después de 7 días del mencionado contacto. ¡Demencial! Después nos preguntaremos por qué la gente no se toma en serio las recomendaciones de las autoridades. Pero entre continuos cambios de criterios y ridiculeces, al final nuestras autoridades pierden cualquier credibilidad que pudieran tener. Y así nos va, con un virus desbocado.

Uno de los compañeros que para que le hicieran la prueba tuvo que exagerar síntomas porque si no, no se la hacían, ha dado positivo. Ya son 2 del turno y yo que hago las cosas bien, aquí estoy esperando sin saber si me harán la prueba siquiera. ¿Tendré que recurrir a lo mismo que otros compañeros…?

Por cierto, los servicios policiales imaginaros cómo son con la mayoría de un turno confinado y sin tomar medidas ninguna los encargados para ello. Esa es nuestra España, la de las pulseritas con banderas. Tanto yo como mis compañeros nos sentimos abandonados por la administración y por la cúpula policial, algo que por desgracia, ni nos sorprende. Mucha bandera y poca vocación pública.

Jonatan Morilla Jiménez es policía nacional.

 

La sociedad tiene que aprender a vivir con una amenaza invisible

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