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Cuando el verdeo se hace presente…

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Alejandro SOLANO

Muchas zonas de la campiña sevillana y en especial la ciudad de Arahal vive estos días un proceso de transformación que repite año tras año por estas fechas, cada vez en peores condiciones, pero dejando la misma estampa por las carreteras, calles y campos por los que pasa nuestro verdeo.

Como si de un movimiento nómada de la antigua etapa prehistórica se tratara, centenares de personas llenan, desde primera hora de la mañana, esquinas y puertas de bares para ponerse en marcha hacia la recolección de la aceituna de mesa. El llamado “oro verde” les espera en el mar de olivos que habitan la gran cantidad de fanegas de tierra que la población arahalense posee.

Cuando aún ni la Luna se ha marchado y ni siquiera ha amanecido, Arahal ya está despierta. Sus vecinos, con el macaco y la “talega” a cuesta se muestran más vivos que nunca porque saben que, a pesar de las tristes circunstancias que atraviesa el campo andaluz, a partir de hoy traerán algo de dinero para casa. Son conscientes de que durante unas semanas las preocupaciones serán menos importantes, de que los problemas pasarán a ser “problemillas”  e incluso de que las penas serán menos penas, gracias a ese codiciado pero a la vez maltratado producto que les devuelve cada cosecha la alegría y la sensación de sentirse de nuevo trabajadores.

Y eso se aprecia, incluso, desde el momento en el que se produce la llamada al manijero en la que te dice “sí, mañana empezamos” hasta el instante en el que te reencuentras con viejos compañeros de “cogía” que hacía un año que no veías y a los que tanto deseabas ver porque, entre otras cosas, era señal de que, de nuevo, tenías “faena” después de mucho tiempo sin ella.

Todo eso contagia sus vecinos a Arahal en estas fechas: la alegría por volver a verdear, la ilusión por volver a ganar un sueldo, el compañerismo entre viejos y nuevos compañeros de trabajo y, sobre todo, el orgullo y honradez de un pueblo trabajador que, gracias a su tesonero esfuerzo, volverá a colocar el nombre de esta ciudad en lo más alto de la producción mundial del preciado tesoro verde.

El pueblo amplía sus límites

Por tanto, en este tiempo Arahal amplía sus límites y se expande en el terreno. El pueblo ya no acaba en el puente de la Carretera Morón, en la Glorieta del tractor, en el Cementerio o en la vía del tren por la parte de la Carretera de Carmona o Vereda de Sevilla. Ahora, el pueblo también es, más que nunca, La Mata, Villega, Pavorreondo, Martinazo, La Campana o Barros, entre otros. Personas y personas se desplazan desde esta semana a estos lugares cada mañana en coches y tractores abarrotando la Carretera Villamartín y los caminos de servicio con la esperanza de que ese corto viaje en el espacio se prologue mucho en el tiempo.

Una vez en el “tajo”, el banco y el macaco pasan a ser los amigos inseparables durante las 6 horas y media de trabajo. Con el primero consigues acceder a esas aceitunas situadas a varios metros del suelo y gracias a él hasta aquel que sufre vértigo supera ese miedo. Con el segundo, llenas con alegría y entusiasmo ese recipiente que cada vez pesa más sobre el cuello y la espalda del trabajador, pero que permite alcanzar el número de espuertas demandadas para volver a casa con la satisfacción del trabajo bien hecho y, sobre todo, con el pan ganado con el sudor de su frente.

cogeores3Pero hasta llegar ahí, hasta que suena de los labios del manijero ese deseado “recoger las del suele que nos vamos”, las horas se hacen duras y pesadas, sobre todo si las condiciones meteorológicas no son del todo favorables. Primero con temperaturas incluso infernales con un sol que castiga duramente sobre la espalda y la cabeza del “cogeor”. Otras veces con olivos mojados, tierra enfangada y un frío casi insoportable. Todo eso ha de soportar cada cuadrilla sin, lógicamente, aire acondicionado ni calefacción.

No obstante, el cogeor es fuerte. Está hecho de otra pasta. Pasa calor y frío sí, pero lo lleva con alegría. Inunda los campos y olivos de entusiasmo, hablando y conversando con los compañeros. En ocasiones, hasta peleando porque el banco de al lado te quita el olivo bueno, pero en muchas otras ocasiones riendo y compartiendo con la naturaleza momentos duros y difíciles pero también inolvidables.

Dos cogeores hablando del partido de fútbol del día anterior, varias mujeres conversando sobre la pena que le ha dado dejar a su hijo a la abuela para que lo llevara al colegio porque su “mamá” hoy se encontraba verdeando o los planes de futuro de unos y otros… son algunos de los temas que el campo guarda en su memoria para que sus trabajadores lo recuerden cada año. Y todo ello, mientras la voz del manijero te recuerda que no debes dejar el suelo “emporcachao” y, por tanto, no debes olvidar recogerlo.

Así, las horas se suavizan, entre risas pasan más ligeras, aunque tú sigues igual de rápido dándole a las manos. Y así llega el “vamos a comer” para “engullir” el bocadillo y recuperar fuerzas para la segunda parte hasta que la posición del  “Titanic” (nombre con el que se le llama en algunas cuadrillas al remolque de gran tamaño) y el reloj marquen la hora de irse.

Dada la “bancá” (en caso de darte tiempo) en el lado de la luz para el día siguiente, te despides del olivar con “un hasta mañana” y sales de nuevo, al igual que a primera hora de la mañana, a ese río de coches, tractores y remolques que inundan las carreteras y caminos hasta entrar en un pueblo que durante la mañana se encontraba semivacío.

En el camino de vuelta, amigos y familiares vuelven a encontrarse saludándose con una sonrisa en la cara. Los bares y tabernas acogen a obreros que buscan calmar su sed con una buena cervecita fresquita, mientras bromean y a la vez discuten sobre los kilos que han cogido unos y otros. Algunas mujeres corren con la mochila a cuesta por si llegan a tiempo para recoger a su pequeño del colegio o les da lugar a comprar algo que se le olvidó el día anterior en la tienda de al lado antes de preparar el guiso.cogeores

En general, el pueblo vuelve a cobrar vida. Tras mucho tiempo acusando fuertemente el desempleo entre sus vecinos, Arahal presenta en este tiempo una nueva cara, un rostro mucho más alegre y bonito. La ciudad adquiere otro signo y se apropia de la brillantez de su producto estrella.

En estas fechas, cambia el color de Arahal. El verde predomina por encima del azul y blanco de su bandera porque entre otras cosas llena de esperanza los hogares y muchas de nuestras casas. Y es que Arahal, al igual que dijeran Los del Río sobre Sevilla, tiene en septiembre un color especial.

Periodista. Directora y editora de aionsur.com desde 2012. Corresponsal Campiña y Sierra Sur de ABC y responsable de textos de pitagorasfotos.com

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