Sociedad
Conchita «la de los huevos», casi un siglo por encima de guerras, crisis y pandemias
Concepción Ramírez Olid representa a esta generación que ha pasado por todo: una guerra, una posguerra, distintos tipos de crisis, enfermedades en su familia y, ahora, una pandemia. Lúcida y sin pelos en la lengua, esta mujer, más conocida en Arahal como Conchita la de los huevos, ha trabajado hasta la extenuación. Tiene grabados en su memoria varios episodios de la Guerra Civil en su pueblo. Uno de ellos aún hoy la emociona hasta casi echarse a llorar: “Pasaban los camiones llenos de criaturitas de las tres y media a las cuatro y media de la mañana por la calle Pozodulce, gritando, camino del antiguo cementerio”. Esto no la dejaba dormir. Por eso, cuando ve en la televisión las manifestaciones se preocupa y pregunta: “¿Tan difícil es querernos y entendernos?”.
Conchita tiene marcado en su piel cada sufrimiento y, aún así, se ríe por casi cualquier cosa. Siempre lo ha hecho, es su espíritu, aunque la vida ha sido dura con ella. Su historia es parecida a la de cualquier vecino o vecina que haya llegado a su edad. Trabajo y más trabajo, y ante la vida, recibirla de la mejor manera posible. Ya las piernas no le responde igual que cuando trabajaba en su puesto de la Plaza Vieja vendiendo huevos, solo huevos. Tenía una granja muy cerca de su casa, la de la calle Toledo, la última en la que ha vivido, más de 50 años, teniendo de vecino a Enrique Ramírez, «el chavalote». “Qué bueno era” -dice- “la mayoría de las casas de este barrio se construyeron gracias a él porque unas veces le pagaban y otras no y dejaba pagar poco a poco”.
«Hubiese borrado del reloj esa hora»
Este es uno de los recuerdos cuando mira al fotógrafo de AIONSur, Claudio Ramírez, al que hacía mucho que no veía y al que ha visto crecer. Porque esta mujer tiene recuerdos para escribir una trilogía, algunos, especialmente los de la Guerra Civil en Arahal, “me los llevaré a la tumba”. Uno de los que la despertaron muchas noches de aquellos años fue el de los gritos de aquellos a los que asesinaron durante la contienda. “Vecinos que no habían hecho nada, sin un juicio, sin una declaración. Hubiese borrado del reloj esa hora”, pasaban gritando, lamentándose por su familia a la que dejaban atrás. Pero lo mismo describe una imagen que otra, también recuerda el daño que hizo el bando republicano antes de la guerra matando a algunos vecinos de este pueblo y quemando imágenes.
Años difíciles en los que la población pasó mucha hambre. “Llegaron a comer carrenchas y perdían la grasa de la sangre hasta que morían. Mi padre, acostumbrado a trabajar, lo pasó mal, se le metió en la cabeza que íbamos a morirnos de hambre y se metió a la bebida. Todo lo requisaban, caballos, ganado, hasta el material con el que se arreglaban los zapatos”, relata la anciana.
Recuerdos que quedaron atrás para construir otros nuevos. Porque Conchita ha vivido muchos años y le ha dado tiempo de comprobar lo mejor y lo peor del ser humano. 30 años vendiendo huevos en la Plaza Vieja de Arahal y trabajando en la granja de gallinas que tenía cerca de su casa, en la calle Cuenca.
Conchita, dos hijos, 7 nietos y 9 bisnietos
“No paraba en todo el día, llegaba de la plaza y muchos días no me dejaban ni comer porque venía la gente a por huevos”, recuerda. Entonces también se pagaban impuestos “una peseta por cada gallina al mes, 1000 en total”, así que para sacar a la familia adelante no podía parar de vender. Hasta su casa llegaban familias de todos los rincones del pueblo, a por huevos frescos y “entonces se vendía hasta los domingos, las muchachas iban arregladas paseándose y yo vendiendo”. Muchos vecinos recuerdan al marido llevando la pila de cartones de huevos en un carrillo de mano desde la calle Cuenca a Plaza Vieja, incluso bajaba los escalones sin problema.
Concepción Ramírez es la mayor de once hermanos, a la última de sus hermanas la tuvo casi que recoger mientras una vecina iba a avisar a la matrona de que su madre estaba de parto. Ella tenía 21 años, una diferencia de edad que la obligó a ser madre antes de parir. También sostuvo el ingreso de su padre en el psiquiátrico de Sevilla para curarse de su adicción al alcohol, lugar del que tiene muy malos recuerdos. “Nos reunimos varias familias para ir dos días en semana a llevarle comida y ropa limpia. Cuando iba a misa, lo único que pedía es que mi padre dejara de beber”.
Esta mujer ha criado a dos hijos y tiene 7 nietos y 9 bisnietos. Sabe leer y escribir, hasta se maneja con la tablet de una de sus nietas. En el primer colegio que estuvo fue en el de las monjas del convento Nuestra Señora del Rosario del que un día se escapó. “Cuando mi madre me devolvió, la monja me asustó con llevarme la próxima vez al cuarto de las ratas”, cuenta.
Manifestaciones en la tele
La posibilidad de leer abrió su mente. “Me importa muy poco quien esté en el Gobierno, lo que quiero es que haya alguien con dos cojones capaz de sacar adelante España”. Y cuando ve las noticias en la televisión y las manifestaciones de los últimos días, asegura que “no me gusta nada lo que veo, ¿tan difícil es quererse y entenderse?”, pregunta. Pero no hay respuesta. Por eso su hija, Rosario, que cuida de ella, no le pone los informativos, para que no sufra. Porque ya ha sufrido suficiente, hasta ha estado 20 años cuidando de su marido enfermo en cama.
Hace unos días Concepción Ramírez Olid fue una de las personas mayores vacunadas contra la covid. Desde que comenzó la pandemia solo sale de su casa para ir al médico. Las piernas no le responden, se mueve con un andador pero no para de reír agradecida de estar viva, viendo a sus nietos y bisnietos desde lejos, con la cara tapada por la mascarilla. Pero su punto de apoyo está a su lado, su hija Rosario, mimándola y escuchando mil historias del pasado, una parte de las que ha contado para este reportaje, citando nombres completos de médicos y vecinos que pasaron por su vida.
Rezos y cantos
» target=»_blank» rel=»noopener»> la primera dosis de la vacuna. Y después de tantas vivencias, padecimientos y, también, alegrías por estar rodeada de su familia, Conchita «la de los huevos» tiene claro que saldrá de esta. Y lo hará cantando y con los rezos que le enseñó su abuela. Como este que dice:
“En el monte murió Cristo, Dios y hombre verdadero, no murió por su pecados que murió por los ajenos, clavado en un cruz con duros clavos de hierro. Padre mío de mi alma, humilde y manso cordero, yo soy aquel pecador que tanto ofendido os tengo, una y mil veces me pesa, otras tantas me arrepiento de haber ofendido a un Dios tan poderoso y tan bueno, que la tierra que yo piso Dios mío no la merezco, ni la hostia consagrada que se da en vuestro templo. Amén”.
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