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Provincia

Aparecen los primeros cadáveres en los Galindos

Los galindos 38 años despues

TERCERA PARTE

C.GONZÁLEZ

Dos guardias civiles había en esos momentos de servicio en el puesto de Paradas cuando llegó el aviso de que en Los Galindos había ocurrido algo extraño. Raúl Fernández, cabo y comandante de puesto, es el que se hace cargo en principio de la situación. Llegan hasta el cortijo en el único vehículo de que disponían, una Gucci, cargados con el cetme en la espalda.

Comprobaron lo que un rato antes había contado Fenet. Un reguero de gotas de sangre atraviesa el patio del cortijo desde casi la puerta de la sala de máquinas hasta la puerta de la casa del capataz, continuando hacia fuera de la edificación al menos otros cinco metros. El cabo entra en el zaguán de la vivienda del capataz y encuentra la cancela cerrada con un candado al que pega un tiro.

A esa hora, la noticia se había corrido como la pólvora por el pueblo y los vecinos llegaron movidos por la curiosidad, la preocupación y el morbo. El cabo abrió la puerta y entró acompañado por su compañero y algunos vecinos. Al mismo pie de la cancela, en una sala de estar, un gran charco de sangre se extendía casi dos metros buscando el pasillo de entrada a la zona de los dormitorios, la silla de la entrada permanecía caída sobre el mismo. Después, el charco se interrumpía y continuaban en dos filas de gotas hasta la puerta de un dormitorio, situado a la izquierda del final del pasillo.

Cuando abren la puerta, Juana yace muerta, boca arriba, en un charco de sangre entre dos camas pequeñas. Le habían destrozado la cara con una herramienta de la empacadora de trigo, conocida con el nombre de “pajarito”, que estaba encima una de las camas. En este momento, el desconcierto crece entre los asistentes a este espectáculo macabro.

cama y mancha2

Lugar donde encontraro a Juana Martín, la mujer del capataz, en un dormitorio entre dos camas pequeñas.

Y al cortijo de Los Galindos sigue llegando gente.

Primer misterio

Según las investigaciones, unas dos horas antes (sobre las tres y cuarto de la tarde), José González Jiménez (27 años), tractorista, al que sitúan en el cortijo a primera hora de la mañana, llega hasta su casa, en la calle Maestro Don Alfonso. Recoge en su Seat 600, color crema, a su mujer, Asunción Peralta Montero (33 años), con la que llevaba seis meses casado. Se cambia de ropa y se van.

La casa del matrimonio está junto a la de los padres de José y su madre oyó las voces aunque testifica que no escuchó de qué hablaban. En otra casa vecina, su hermana, Manuela González, en el último mes de embarazo de una de sus cuatro hijas, está echada en la cama, aguantando el sopor de la siesta en un día en el que se alcanzaron casi los 50 grados.

Cuando sobre las cinco y media de la tarde, la guardia civil viene a su casa a preguntar por su hermano, lo único que alcanza a decirles es que lo han visto salir en el coche camino de El Palomar. “Como iba con la mujer, pensamos que iría a algún lugar a bañarse”. La familia sale camino del cortijo porque ni José González ni su mujer dan señales de vida.

Mientras, ya habían llegado al cortijo las autoridades judiciales y comenzaban la primera inspección ocular. Alejandro Arcenegui se centra en el cuerpo de Juana Martín, de momento es el único. Su hijo, Ildefonso, se dedica a observar todo. Primero se centra en el reguero de sangre que cruza el patio del cortijo y que continúa fuera hacia una cuneta junto a unos árboles.

El cortijo estaba muy bien cuidado, las cunetas tan limpias que un montón de paja en una de ellas, justo a la altura del sexto árbol, es decir a unos metros sólo de la entrada de la edificación, está fuera de lugar o esconde algo. Es entonces cuando descubren el segundo cadáver, el de Ramón Parrilla (39 años). El tractorista está boca abajo, le habían pegado dos tiros, uno en los brazos que tenía destrozados y otro por la espalda, a bocajarro, es decir a una distancia muy cercana del cuerpo.

Ramón Parrilla había llegado también temprano al cortijo esa mañana. Su jornada laboral comenzaba a la ocho y la tarea del día era regar los olivos. La última de las órdenes que recibió fue llevar agua potable al cortijo, por lo que tuvo que cambiar de pipa. El agua potable la recogía de otra hacienda cercana al lugar, en el trayecto se calcula que tardaba entre hora y hora y media.

La hora de la comida se le echó encima y paró a comer antes de volver al cortijo, según algunos testigos. Ese día el tractor se le quedó parado cuando fue a salir de la hacienda, un vecino de Paradas, también jornalero, se ofreció a engancharlo a su propio tractor y remolcarlo hasta el cortijo. En el último momento, el vehículo con la pipa cargada de agua arrancó y Parrilla continuó su camino en solitario. Ese día las victimas podían haber sido más de cinco.

Hipótesis

Según la hipótesis barajada más segura, Parrilla llegó al cortijo, aparcó el tractor y entró en el patio. Allí se encontró con el asesino que estaba en la puerta de la sala de máquina. Cuando se dio cuenta de que lo encañonaba, instintivamente, se cubrió la cara con los antebrazos, ahí fue donde recibió el primer disparo antes de salir corriendo mal herido. No llegó lejos, exactamente al sexto árbol, situado a unos 50 metros de donde le dispararon y cayó sobre la cuneta bocabajo. El asesino se acercó y a una mínima distancia le dio el último tiro por la espalda. Después lo cubrió con paja.

A esa hora todavía José González no había vuelto con su mujer al cortijo. Y aquí es donde reside otro de los misterios del caso y una de las preguntas que hasta ahora, a ciencia cierta, no se ha podido contestar. ¿Por qué José González lleva a su mujer al cortijo? Si en estos momentos, las 15:30 horas se había convertido en un lugar macabro y peligroso.

Para esta pregunta sólo hay suposiciones. La familia está segura que a José González los asesinos lo engañaron con algo. “Era muy listo, pero ese día no lo fue”, dice su hermana Manuela. Y lo peor, es que durante siete largos años, fue el supuesto asesino. Un karma que condujo la vida de su familia, padre, madre, y un hermano, además de Manuela. Una duda que cayó sobre sus relaciones sociales como ácido, aguantando comentarios de pésame como el que les dijo una vecina: “Los hijos no se eligen, nos tocan”.

Siete años de luto riguroso, con una pena que ahogaba a su padre y madre. Siete años que comenzaron cuando se hizo público el primer informe de la Guardia Civil en el que explicaban una historia rocambolesca sobre un José González que por “razones amorosas” se vuelve loco mata a Manuel Zapata, Juana Martín, Ramón Parrilla y a su propia mujer y después se inmola encima del pajar.

Hasta el día, siete años después, en el que el juez Heliberto Asensio, que se había hecho cargo del caso y ordenado la exhumación de los cadáveres, demuestran que José González fue otra víctima de la barbarie. Según demostró el prestigioso médico forense Luis Frontella, el tractorista había recibido un golpe en la cara, posiblemente con una escopeta, que le rompió el hueso maxilar, y después un tiro. Era imposible que hubiese matado a todos y después se inmolase.

CUARTA PARTE

Periodista. Directora y editora de aionsur.com desde 2012. Corresponsal Campiña y Sierra Sur de ABC y responsable de textos de pitagorasfotos.com

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