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Antonio Brenes, un agricultor de Arahal que mima el olivar para convertirlo en un museo al aire libre

#Crónica de un pueblo

Antonio Brenes Castillo. Foto: A.I.

C. GONZÁLEZ

Tiene 47 años y desde los 15 trabaja la tierra. Antonio Brenes Castillo es agricultor y por las venas le corre savia de olivos. Vive pegado a la tierra y un paseo por cualquiera de los pagos donde tiene olivares, se convierte en una cita  con un auténtico museo al aire libre de este árbol milenario. Y todo gracias a unos cuidados que rozan el mimo. Algunos de los que lo conocen dicen de él que es digno del galardón de la Aceituna de Oro que se entrega en la Fiesta del Verdeo.

Para cuidar la tierra como para el ganado, no hay días de fiesta, si se quiere tener olivos como los que están en las propiedades de este joven agricultor. Dice de él un amigo, que «no sería la primera vez que se va de la feria o de una boda porque tiene que echar estiércol o sulfatar» y lo hace encantado. «Es en lo que me he criado, lo vivo desde que nací y me gusta, no entiendo llevar las tierras de otra manera que ésta», dice Antonio, que es de la familia arahalense de los Locos.

Y esta manera no es otra que cuidar los olivos con mimo. Tiene talones (crecidas anuales) de hasta un metro o más y el color de las hojas de un árbol sano es verde intenso porque está bien alimentado con agua de regadío y estiércol que él recoge de una granja todas las semanas para repartir entre las tierras, cada vez le toca a un pago.

Ya sea en los Pagos de Pavo Reondo, Barros, Perafán, La Alameda, Cabeza Lobo, entrar en uno de sus olivares es como hacerlo en un museo al aire libre. Los olivos tienen verde hasta el tronco.

10.000 kilos

Las tierras de Antonio están aradas en su mayor parte, si no es así es porque se trata de zonas en las que el agua de lluvia llega para quedarse y entonces atascan demasiado. Los olivos los protege de plagas con sulfato de cobre con cal, compuesto que hay que preparar de forma manual (una disolución de 40 kilos de piedra azul (lipe) por 20 kilos de cal, para neutralizar en parte de la fuerza del cobre). Son tierras de riego, abonadas con gallinaza (excrementos de pollo) y, sobre todo, bien podadas. De forma que el olivo se ve limpio, preparado para un cómodo verdeo.

Este cuidado tiene su recompensa. Cuando llega el verdeo el agricultor obtiene por cada fanega (5.813 metros cuadrados) unos 10.000 kilos de aceitunas. Llega a los 250 kilos por olivo, forma que tiene el árbol de agradecer el cuidado que le dedica durante todo el año. Antonio Brenes entama sus aceitunas y las vende intentando defender el precio para un producto de excelencia que está dirigido a hoteles y restaurantes, «todo mercado nacional».

Foto: A.I.

«No sé cuidar la tierra de otra manera, me gusta hacer las cosas bien, ya no lo hago para que hablen bien o mal sino por mi satisfacción personal», explica el agricultor arahalense. Sus recuerdos de la niñez están siempre ligados al campo. Desde los 15 años iba a realizar todos los trabajos que necesita el olivar con dos tíos y su padre. Por esa razón, sabe de la vida de cada olivo, cuáles necesitan poda, cómo está la aceituna, cuáles son los más cargados y dónde puede haber un problema. Olivo a olivo camina por las tierras y no cuenta las horas, como si de un peregrino se tratara.

Con su coche recorre los pagos saliendo y entrando de caminos, podría hacerlo con los ojos cerrados. No tiene pereza para hacer la faena que corresponda cada día, que es mucha porque para que los olivos parezcan de exposición, tiene que ser a fuerza de horas. El campo es su principio y fin, es su lugar de trabajo, al mismo tiempo que un paraíso que le da paz.

Y cuando llega el verdeo, va al frente de 30 bancos, pero con el macaco colgado cogiendo las aceitunas que ha visto crecer todo el año, desde que el olivo le pide un respiro después de cada cosecha, al repaso de poda, abono, arado, sulfato para prevenir enfermedades.

«Si lo tratas bien, el olivo manzanillo es muy agradecido», dice. Insiste en la calidad para poder defender el precio. A la aceituna se le gana de 15 a 20 pesetas por kilo (9 y 12 céntimos de euro) y, los mejores años, de 30 a 35 pesetas kilo (18 y 21 céntimos de euro). Todavía se utiliza la antigua moneda para hablar de precios en este sector. Y los agricultores son los que menos se benefician por el valor añadido, a pesar de que ponen en el mercado el producto después de trabajarlo todo el año.

Habla sobre cómo ha cambiado el mundo de olivar. Mucho, con más maquinaria para trabajar la tierra y más comodidad, pero «siempre vamos de prisa». Antonio Brenes recuerda cuando se llegaba al campo con tranquilidad y, después de comer, «los mayores se echaban debajo del remolque para dormir la siesta». Las jornadas eran de mañana y tarde, «hoy a las 2 o 2:30 estamos de vuelta».

El agricultor sigue paseando por los pagos, la mayoría de Arahal. Es como si intentara formar parte de esta tierra. «Cuando no vengo al campo, la mañana se me hace larguísima». El olivo engancha y convierte su cuidado en una forma de vida. Por eso en Antonio Brenes se cumple el proverbio de Confucio: «Elige trabajar en lo que ames y no tendrás que volver a trabajar el resto de tu vida». 

 

 

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