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Amor inquebrantable

José Carlos Mena Sánchez, es un vecino de Arahal, que este año ha conseguido el segundo premio del XVII Certamen Literario de Declaraciones de Amor organizado por la delegación de Cultura del Ayuntamiento de Paradas con motivo del día de San Valentín. Es un certamen al que se han presentado cartas desde muchos puntos de la geografía española. 

José Carlos MENA SÁNCHEZ

El amanecer inquieto agita las cortinas de una habitación pausada y compila el ánimo vigoroso que me invita a sacudirme mis sueños y enjugar los pensamientos insanos. Cimientos rocosos para aguantar la carga del tiempo y unos lastres malditos con los que el destino quiso marcarme. Mi corazón es más fuerte.

Planto mis labios en su mejilla ajada por los años de vida y sufrimiento, siento su calor embriagarme como el primer día que la besé furtivamente al cobijo de aquella encina tan nuestra. La siento inmensa en mi alma y me sigue estremeciendo el roce de su piel marchita y preciosa, con aroma de amor infinito. Me sonríe con ternura, en una mueca torcida de cariño remoto.

Rodeo su pequeño rostro con mis manos, como si abarcara un mundo de sensaciones prietas e intensas que me abrasan y me transportan a otros años, a otros tiempos de caricias nuevas, de aromas a paño limpio y colonia fresca, a flores rojas de piel reseca, de carmín incoloro y hierbabuena. Tiempos de luz entre las ramas, de un amor intenso desde la vez primera, desde la primera mirada, mirada de miel y canela.

El halo argénteo que cubre su cara, redondea una sorpresa interrumpida, misteriosa y perdida. Caen mechones de luna clara sobre sus hombros, vencidos y cargados de años. Largo camino recorrido para no ver el final, para no recordar el principio. Su boca se arquea en intento frustrado de risa boba, no lo consigue y cae pesadamente, al abrigo de unos ojos cansados y antiguos pero todavía relucientes de cielo.

La acomodo y agarro con fuerza sus manos, de aspecto áspero y seco, pero con un calor tan vivo que dormiría en ellas para el resto de mi vida. Todavía escucho el mar en sus palmas; todavía siento latir la pasión entre sus dedos enredados en mi cabello; aún recuerdo el lazo inquebrantable que formaba con las mías en un paseo vespertino por los jardines furtivos de los primeros amores.

A pesar de su débil mirada, de su fragilidad reinante y de su vacío inerte, me siento seguro en su regazo; a los pies de su alma cansada duermo seguro, tranquilo, y me sigue arropando con mimo, espantando traiciones, pesares y negros presagios.

A pesar del desencanto austero, de sus recuerdos marchitos, sigue transmitiendo ese amor ejemplar que dio por siempre jamás. Entretelas de su alma, fuego en su pecho, pasión en sus abrazos y besos. Amor sin medida y desaliento, amor sin control y sin frenos, a pesar de ese camino sin retorno, sigue fabricando dulzura en mi pensamiento.

A pesar de no ver más allá de estás paredes macilentas, de este presente olvidado y lastimero, al sentir sus dedos resbalar por mis brazos y por mi rostro, me estremezco como siempre, como nunca, en una sinfonía de sueños y retazos del ayer. La miro tiernamente y le digo: Te quiero amor mío, por siempre y para siempre.

– Estoy aquí vida mía, cariño mío, sentado en el mimbre de nuestras vidas, acompañando tus suspiros y preguntas, meciéndote al compás de un silencio macabro que se rompe con los gélido susurros del viento que fue. Estoy aquí agarrándome a tu vida, a tu alma, a tus recuerdos, amándote con la locura y con las fuerzas que me permiten estás torpes manos.

La veo y le hablo, me mira y no me ve; me habla, me sigue hablando pero no me ve. Y mis manos crispadas agarran la cruel impotencia y vuelven a sentir su ser, su aliento, su resplandor. Y llorando por dentro, como un vendaval de ímpetu, entre lágrimas de nieve e impotencia, maldigo la estampa de los tiempos y busco consuelo en su rivera, en sus encajes, en el invierno gélido de sus ojos y en aquellas primaveras. ¡Maldita fue la hora!

Y resurjo, cual ave fénix, de las cenizas del olvido para seguir hablándole de nuestro amor pasional, de nuestros secretos y susurros, de los recuerdos que se fueron y de los cimientos que construimos. La agarro siempre en caricias tibias e infinitas, como temiendo romper el hilo que la sujeta a mi presencia, y le sigo contando historias llenas de vida e ilusiones. De hijos y soles, de la sal de cada día, de poemas y razones, del mar primero con sabores de alegría. Mi lengua es un torbellino que no cesa ni descansa, mientras me mira ingenua, insegura, y yo sé que no ve nada.

– ¿Y tú quien eres?-  Me preguntas con un hilo de voz rota, interrumpiendo mis desvaríos de locura amorosa. Retuerzo con amargura el destino de mi alma y la rabia me invade el corazón. Recompongo el ánimo hecho añicos y vuelvo a empezar. La cojo dulcemente de las manos y le digo:

– Aunque tú no acuerdes que soy tu esposo y amado, aunque no recuerdes nada de nuestra vida pasada, de nuestros amores y gracias, de los romances vividos y la felicidad gastada, te lo recordaré cada uno de los días que me quedan por vivir a tu lado, sin descanso, sin demora y sin pausa. Te enseñaré las fotos de nuestras almas gemelas, las estampas de aquellos besos, los abrazos que nos dábamos, los momentos que vivimos, seré tu recuerdo anhelado, tu memoria fiel y tu amor imperecedero. Siempre estaré a tu lado.

Sello con un beso ese amor inquebrantable en el tiempo. Cual fiel lazarillo enamorado, que guía por caminos tortuosos al amor de su vida. La abrazo con fuerza y le digo:

– Vida mía, aunque no recuerdes quién soy ni lo que te quiero, yo sí sé quién eres y lo que te amo. Te quiero y te lo recordaré siempre.

Periodista. Directora y editora de aionsur.com desde 2012. Corresponsal Campiña y Sierra Sur de ABC y responsable de textos de pitagorasfotos.com

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