Cultura
¡Qué ferias las de aquellos años…! (*)
Juan Carlos GAGO
Fotos: Cedidas por Memoria Visual
La verdad es que la alcancía que cada año fabricábamos con una lata de mortadela LUNCH clavada a una tabla rara vez llegaba a la feria con su contenido intacto. Normalmente la campaña de “Ahorra para la Feria” comenzaba cuando nos daban las vacaciones ya que, decíamos, sobre todo decía él, “…desde ahora hasta la feria hay suficiente tiempo para juntar…” pero lo que pasa, que el verano es muy largo y muchas las tentaciones a las que te ves expuesto, sobre todo cuando llegaba la Velá de San Roque con su magnífica oferta de ocio y su suculento muestrario gastronómico, entre los primeros destacaban las cunitas de “¿Arriba o abajo…?” en las que por dos reales el operario del artefacto lo movía manualmente a velocidades supersónicas al ritmo incansable de sus cucharas golpeando sobre el latón y cantando sin parar su frenético estribillo: ¡¡¡…¿arriba o abajo?¿arriba o abajo…?!!! Todavía no tengo muy claro si aquel monocorde estribillo de …arriba o abajo, arriba o abajo,arr… era más o menos jartible que cuando unos años más tarde en todos los cacharritos sonaba sin parar aquello del porompompero y mataron al gitano Antón. Lógicamente la respuesta a tales preguntas por parte de los intrépidos viajeros siempre era la misma, ¡¡¡arriba, arriba…!!! y el director de la atracción seguía con su monótono cantar si se le seguían dando monedas.
Alguna vez fijábamos la hucha al suelo con yeso para dotarla de más seguridad creyendo que aquello detendría nuestros irrefrenables deseos de reventar la hucha, pero, ni aún así, había nada que hacer ante las dotes de revienta cajas que poseíamos mi hermano y yo, aunque, ahora que lo recuerdo, creo que después de saquear nuestro propio tesoro mi parte del botín siempre parecía más pequeña que la otra, pero, vamos, no creo yo que él…
En la oferta gastronómica de San Roque ocupaban un lugar de honor los higos chumbos “frescos y reondos…”, lo de fresco era gracias a los trozos de nieve que conservados en un trozo de tela de saco habían comprado a media tarde en la fábrica de mi tío Miguel. Lo de reondo, si es que era eso lo que pregonaban, me parecía de una obviedad mayúscula, aunque no sé, yo, si ahora la nueva cocina con esto de la deconstrucción habrán conseguido hacerlos cuadrados.
Y, hablando de otra cosa, os figuráis lo delicioso que debe estar un higo chumbo sin pepitas. Junto a los chumbos el menú de la velá lo configuraban otras delicias como los garbanzos tostaos, el helado que vendía Fernandillo, también de la fábrica de mi primo Agustín, y, por supuesto, el “licor de la Pecera” cuya fórmula de elaboración era tan secreta como la de la coca cola.
Caseta del Casino
De cualquier forma, aunque escaso era el botín, tampoco las atracciones instaladas en el Real de la Feria eran muy caras y, además, a mí sólo me gustaba el carrusel y alguna más así en plan tranquilito, aunque mentiría si dijera que no me daban envidia aquellos atrevidos que se ponían boca abajo en las cunitas locas y en los columpios que instalaban junto a la Fuente del Pulpejo y qué decir de las volaoras grandes aquellas de las que, según la leyenda local, se escapó una de las cadenas y asiento y ocupante, una muchacha para más datos, cayeron sobre los toldos de la Caseta del Casino, aunque con sólo decir caseta bastaría pues no había ninguna más. Aquí la vox populi muestra disparidad de afirmaciones. Una versión dice que la chica accidentada falleció algún tiempo después a causa de las lesiones. Según otras fuentes sólo sufrió la fractura de un brazo y los más descreídos afirmaban con rotundidad que ni se murió ni se partió un brazo y que ni siquiera se cayó. Yo por mi parte no me subía en la volaoras por si acaso.
El carrusel también tenía sus peligros y si no que se lo digan a mi amigo Paquito que tuvo el valor de subirse en la olla con el Pepito Guillena que venga darle vueltas al volante de enmedio el artefacto se puso a girar como un trompo hasta que el pobre vomitó hasta las primeras papillas. Tampoco estaban mal aquellos primitivos coches locos en los que los cobradores -todavía no habían fichas- se pasaban temerariamente de unos coches a otros cobrando en metálico los viajes, desatascando a los más patosos que sólo daban vueltas y más vueltas o que siempre iban para atrás y sobre todo vacilando ante las mocitas, por utilizar dos términos vigentes en aquellos tiempos.
Por el paseo de la izquierda, a la altura de la actual plaza de abastos, colocaba el patriarca de los Soyos su flota de bicicletas que alquilaba por veinticinco céntimos, 1 real, la vuelta, desde allí abajo hasta La Fuente, ida y vuelta. Lo más divertido de esta atracción para algunos no era el propio paseo en bicicleta, lo divertido consistía en colocarse estratégicamente a lo largo del recorrido y ver los batacazos que se daban aquellos ciclistas novatos a causa de su inexperiencia que se aliaba con las condiciones técnicas del artefacto, no obstante fueron muchos los que aprendieron así a montar en bicicleta ya que la cosa no estaba como para comprarle una bici al niño.
La feria comenzaba la víspera por la tarde con el desfile de los gigantes y cabezudos, entre ellos el entrañable Antonio “el Gilda”, que recorrían las recién regadas calles del pueblo seguidos por multitud de alborozados niños y muchachos hasta que el cortejo regresaba al Ayuntamiento. Al día siguiente bien tempranito, una banda de música despertaba a los vecinos con una alegre Diana Floreada tal y como anunciaba el Programa de Feria y Festejos.
Más tarde, pero a una hora decente, -el horario actual no me atrevo a calificarlo como tal- la mañana continuaba con las carreras de cintas a caballo y en bicicleta. Una imagen que se repetía cada año era la de un señor alto y delgado funcionario del Ayuntamiento, y pariente de dos buenos amigos míos, dirigiendo las maniobras de colocación y supervisión de las cintas en sus carretes. Y también cada año se repetían las imágenes de dos apuestos caballistas, primos hermanos, que palillo en ristre se disputaban la victoria en tan singular prueba y aunque alguna vez también corrían otros jinetes, algunos de Paradas, los citados centauros eran fijos. No era raro, a pesar del parentesco y de la severidad del jurado, escuchar, entre partidarios de uno y otro, alguna que otra frase como “¡…las dos ultimas las ha cogido con el dedo…!” . La verdad es que nunca llegó la sangre al río y cada año se esperaba con expectación la repetición del duelo.
Fernando, el de las bicicletas
Otra cosa eran las carreras de bicicletas, allí la participación era más abierta y numerosa, claro está que un caballo y su mantenimiento no costaba lo mismo que una bicicleta que con llevarla una vez al año a casa de Fernando el de las bicicletas, tenía bastante, además tampoco había que vestir de corto o, por lo menos, llevar sombrero de ala ancha. Mientras que la participación en la carrera de caballos era por afición y por el orgullo de conseguir la copa de ganador, que no era poca cosa, en las bicicletas la mayoría corría por ganar el minúsculo premio en metálico que permitiría al vencedor que la feria fuese algo más divertida.
Otras atracciones que no faltaban nunca eran los puestos de turrón que, como ahora, nunca tenían bulla de compradores y, aparentemente, el negocio parecía ruinoso pero que no lo sería porque seguían, siguen, viniendo año tras año. Lo que sí tenía público era el tenderete de las pelotas de trapo y las latas, parecía fácil pero al final era casi imposible derribar las tres latas y si alguien le cogía el truco y conseguía el pleno dos veces seguidas le aconsejaban amistosamente que se fuera o le daban otro premio extra, casi siempre un paquete de tabaco para que cambiara de atracción que podía ser la caseta de tiros de Elisa, allí los chicles y caramelos que regalaban a los tiradores se ponían rancios, lo de caducados no existía, de los pocos que conseguían partir los palillos. Había otras dos atracciones con escopetas de aire comprimido, una era un pequeño tenderete con una especie de mostrador desde el que se tiraba con una escopeta que lanzaba un tapón de corcho tratando de derribar un paquete de tabaco colocado sobre una pequeña peana, si el tabaco era rubio americano, Chester o Lucky, la tirada era más cara que si el tabaco era nacional, pero si difícil era lo de las latas y las pelotas de trapo esto de los tapones de corcho era tarea casi imposible.
La otra atracción con carabina era mucho más cruel, la instalación era parecida a la del tabaco, sólo variaban el proyectil que aquí era una especie de dardo con plumitas y el objetivo que cambiaba el paquete de chéster por un la cabeza de un pichón que asomaba, el pobre, por un tablero que le servía de soporte y sobre el que se clavaban los proyectiles que fallaban que afortunadamente eran muchos. A mí había una instalación que me gustaba mucho. El tenderete no era tan precario como los anteriores y representaba un hipódromo con sus caballos que corrían por una especie de rieles accionados por unas bolas de acero que tú hacías funcionar con unos pulsadores que, dependiendo de tu habilidad, hacías chocar con otras imprimiéndole más o menos velocidad a tu caballo mientras el espiquer comentaba la carrera como si en realidad ésta se desarrollara en un gran hipódromo.
Lo de comer y beber se solucionaba en los dos o tres chiringuitos – la palabra no existía pero los establecimientos sí- que se repartían por la feria con su oferta de gaseosas, también de la fábrica de nieve, vino y cervezas por, supuesto, con la comida que se llevaba de preparada desde casa. Era curioso lo del agua, al ladito mismo de La Fuente se instalaba un pequeño tenderete en el que se ofrecían a los sedientos viandantes unos búcaros fresquitos llenos de la misma fuente con los que por una moneda de cinco céntimos, una chica, te llenaban un vaso y por una gorda, diez céntimos, de peseta claro, te ofrecían la posibilidad de darte una pechá empinándote directamente el búcaro. Lo que no recuerdo muy bien era como se lavaban ni el vaso ni el pitorro del búcaro.
Los que podían, porque eran socios, si tenían otra oferta gastronómica más variada y de superior calidad en la caseta del Casino Universal amenizada por la Orquesta Sur y hasta por Antonio Machín.
Todos los años al programa de festejos había que añadir las actuaciones de la Banda de Música en el Tablado de Música de la Corredera y las amenas sesiones de los cines de verano, San Francisco y Victoria.
Programa de Feria
En la tómbola, y antes de los fuegos artificiales que plantaban en el arroyo sobre el que hoy está la Barriada la Paz, los padres se gastaban las últimas pesetas con la esperanza de que el azar complementara lo que los Reyes, creían, no habían distribuido justamente pues comprar una bici, una muñeca, un tren o un cochecito era impensable antes de que Melchor, Gaspar y Baltasar pasaran otra vez por nuestras casas. En el Programa de Feria y antes del preceptivo Godino Arahal figuraba como última actividad: Desfile de Bollaos.
Eran aquéllos, claro está, otros tiempos, otras ferias y otras casetas en las que se veían pocas mujeres vestidas de flamenca, pocos caballistas y, eso sí, mucho menos ruido y unos horarios más acorde con los horarios normales de almorzar y cenar aunque lo cierto es que, de cualquier forma, tratábamos de divertirnos y, a veces, hasta lo conseguíamos. Feliz Feria 2014.
(*) Sirva este título de homenaje a la película A Hard Day’s Night de The Beatles que se estrenó hace medio siglo, más o menos coincidiendo, aunque parezca mentira con algunas de las ferias que aquí se cuentan.
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