Sociedad
Svetiana ha vuelto 15 años después de ser una niña de acogida debido al accidente nuclear de Chernobyl
Pepa Gallardo y Julio Barrera, sus padres de acogida, no han dejado de buscarla en 15 años, la red de redes obró el milagro del reencuentro.
C.GONZÁLEZ @Verbigracia_6
Se llama Svetiana Kurchyshyna. Tiene 22 años y los ojos claros como el mar. Vive actualmente en Minsk, capital de Bielorrusia. A unos 300 kilómetros de Chernobyl, un nombre de ciudad que irá unido siempre a las palabras “accidente nuclear”. Cuando era pequeña, con sólo 9 años, recorrió miles de kilómetros, asustada, para llegar al hogar de Pepa y Julio, un matrimonio arahalense que la busca desde que se fue la última vez hace 15 años.
Las redes sociales, una vez más, han obrado el milagro de este reencuentro. Svetiana ha pasado dos semanas con Julio y Pepa y, sus hijos, Carmen y Julio. Carmen tenía tres años cuando vino esta joven bielorrusa la primera vez. Recuerda vagamente esos días, aunque fue un “pequeño trasto” que se colgó de las largas y delgadas piernas de su hermana adoptiva para enseñarle su español de principiante. Pero, sobre todo, con su actitud, quiso mostrarle el cariño de un hogar a miles de kilómetros del suyo.
Svetiana es hija única. En estos años ha estudiado en su país Economía y trabaja en una empresa de transporte de mercancías en tren. Se ha casado, aunque de momento, no piensa en la descendencia. Mirándola guarda todavía la expresión tímida que la caracteriza, pero ya no es rubia, el pelo se lo ha teñido de negro como el azabache. Se ha convertido en una bella joven con unos ojos azul claro sobre un rostro muy delgado.
Julio Barrera, su padre adoptivo, no deja de mirarla. Creyó que jamás volvería a verla. “Fueron cinco años y muchas veces me he preguntado por dónde andaría”, cuenta. Por eso no ha dejado de buscarla. Y el mayor buscador en la actualidad está en la red de redes. Puso su nombre en Facebook como tantas veces había hecho y, esta vez sí, allí estaba. “Dije: ¡¡Esta es mi niña!!, le envié un mensaje y respondió”.
Estos días los ha pasado entre el campo y la playa. Una de las cosas que mejor recordaba es Isla Antilla. “Cuando la hemos llevado, bajó del coche, se fue para el mar y se llevó un rato mirándolo”. Svetiana vive en el interior y dice que desde que se fue no ve el mar. Le encantaría venirse a España, a la costa, pero de momento no puede ser.
Recuerdos
La historia de esta joven es igual a la de Daria, por ejemplo, otra de las niñas que pasa el verano en Arahal con una familia desde hace tres años. Vivir en su país trae consecuencias para su salud y para su crecimiento. El tiempo que pasan en España, disfrutando del sol y del aire no contaminado y con una alimentación sana y mediterránea, les da vitaminas para unos cuantos de meses. Los niveles de radioactividad amenazan su vida.
Hace 15 años, la situación era aún peor. Porque ahora al menos existe la cultura de pasar unas vacaciones en otro país, con una segunda familia. Todos los niños y niñas que llegan la primera vez a España, sin embargo, pasan por una dura prueba en el primer viaje.
Para Pepa Gallardo, la madre adoptiva, es su peor recuerdo. “Llegan de un largo viaje, agotados, tan pequeños, y cargando con sus mochilas. Svetiana no paró de llorar y yo con ella. Me ponía en el papel de la madre, dejarla ir tan lejos, y lo único que se me ocurrió es tratarla con cariño y estar pendiente para que se acostumbrara a nosotros”, cuenta esta mujer.
Hoy, Carmen, la hija del matrimonio es toda una mujer y hay otro miembro más en la familia, Julio, que no vivió aquellos años de acogida. Todos han estado estos días alrededor de ella, hasta un sobrino que no deja de cogerle la mano. Pero, especialmente, el padre adoptivo, que no se cansa de mirarla y de intentar reconocer a aquella niña de 9 años que desapareció de sus vidas dejando un profundo rastro. “Era una niña muy educada, nunca nos dio un problema, iba con nosotros a todas partes y, a pesar de su timidez, en pocos días fue una más”, recuerda Julio.
El miércoles de esta semana partió rumbo a Minsk, al frío, a los restos de contaminación. A una ciudad enorme, capital y ciudad más grande de Bielorrusia donde está su joven marido, cerca de sus padres. Dice que, en su país, no se cobran grandes sueldos pero nadie está parado.
Ella forma parte de una generación que no había nacido cuando ocurrió el accidente nuclear, un viernes 26 de abril de 1986. , pero sí es una de las miles de personas que lo ha sufrido. Hoy, 28 años después.
Pepa y Julio ya no volverán a perder su rastro, por muy lejos que esté físicamente.
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