Provincia
20 años de solidaridad entre Marchena y Bielorrusia
En 1986 el pueblo de Zhlobin y toda Bielorrusia se vio arrasada por uno de los peores accidentes nucleares de la historia de la humanidad. Oleg Kuzminykh, con 11 años fue acogido en 1997 durante dos veranos por una familia adoptiva de Marchena, la de Teresa Ponce y Manuel Alvarez, organizado por la asociación Aproni. Ahora Oleg está casado, es ingeniero de sonido y tiene 28 años y ayer contactó por vez primera con su familia de Marchena, gracias a las redes sociales. Por el momento no puede viajar a España, pero en el futuro quiere contactar con su «segunda familia» de Marchena.
Oleg afirma que sólo tiene buenos recuerdos de su familia marchenera. «Recuerdo muchas cosas de entonces, tengo un montón de fotografías, es una familia muy dulce y muy grande, solo tengo de ellos buenos recuerdos».
Después de estar meses buscando a su familia marchenera, Oleg pudo hablar ayer gracias a las nuevas tecnologías con Carmen María Alvarez, uno de los tres hijos de Teresa Ponce y Manuel Alvarez. Lejos de haberse enfriado la relación de amistad entre ambas familias, tras diecisiete años sin tener contacto entre ellos, el amor mutuo que sienten se mantiene intacto.
«Me gustaría que todo el mundo tuviera la ocasión de vivir lo que mi familia vivió anoche. Oleg es muy querido para nosotros», decía hoy Carmen M. Alvarez entre lágrimas a nuestra redacción. Tiene 44 años y dos hijos y asegura que el ser buena persona, es la principal enseñanza que le han dejado sus padres.
Oleg Kuzminykh no era más que un crío menudo y rubio de 11 años cuando llegó a Marchena, huyendo del desastre de Chernobyl. Encontró cariño y amor de verdad en la familia de Teresa Ponce y Manuel Alvarez, conocido comerciante de la localidad, dedicado al sector de los automóviles, que entonces tenían en su casa viviendo con ellos doce familiares directos. Carmen y sus hermanas se casaron jóvenes y tuvieron familia pronto, estuvieron viviendo en casa de sus padres. A ellos se sumaron sin problemas Oleg y Sasha (Alex).
Kostia Vascou, el marchenero más ruso
Desde la llegada de los niños bielorrusos se establecieron muchos lazos de amistad entre Marchena y Zhlobin. En más de una ocasión, grupos de marcheneros viajaron a la ciudad bielorrusa, e incluso algunos bielorrusos como Kostia Vaskou se quedaron durante una década viviendo y trabajando en Marchena.
Kostia fue a Marchena tres veces siendo niño de 1996 a 1999 a casa de la familia Rabaneda. Durante doce años estuvo viviendo en Marchena, de 2002 a 2012, y entonces era un exótico ruso hablando andaluz que ayudaba al fotógrafo Pepe Metro. Durante muchos años trabajó como albañil hasta que se quedó sin empleo. Kostia se casó con una compatriota, que venía a Setenil, en 2012 y luego se estableció en Moscú, donde vive actualmente y trabaja en el sector de la construcción.
Kostia Vaskou explica que en su país no se conoce la crisis y hay trabajo para todo el mundo y dice que en Moscú se vive ahora «como nunca se había vivido antes». Aunque hoy día Kostia reconoce que se vive mejor en Moscú, echa de menos Andalucía y Marchena, de hecho tiene en su móvil el tono de «Sevilla tiene un color especial» y dice de forma contundente «soy andaluz y marchenero», adonde le gustaría volver a vivir algún día.
Carmen M. Alvarez. «La bondad es una de las grandes enseñanzas que me ha enseñado mi padre»
Carmen M. Alvarez repite que la bondad es una de las grandes enseñanzas que les han dejado sus padres. Ella lo entendió gracias al ejemplo paterno cuando era una niña, hace 25 años.
Entonces, un joven marroquí, llegó a Marchena, renegrido por la suciedad y muy debilitado por un viaje de polizón debajo de un camión, procedente de Algeciras, tras cruzar el estrecho.
Tal y como se bajó del camión entró en un bar y preguntó por agua para lavarse y lo mandaron al río. (El Corbones, está a unos siete kilómetros de Marchena). Pronto lo vieron irse cabizbajo, por la calle.
Manuel Alvarez, el padre de Carmen María Alvarez lo acogió en su casa durante cuatro días. Le permitió ducharse, le dio comida, ropa, y junto a un grupo de amigos le pagó un billete a Barcelona para que siguiera su camino hacia Francia, hasta donde tenía pensado llegar.
De esto hace 25 años, pero aún hoy, cuando se le recuerda este caso a algún miembro de la familia no pueden evitar emocionarse y llorar al recordarlo. A pesar de que Andrés, que así bautizaron al joven marroquí, prometió escribir o ponerse en contacto con su familia de acogida marchenera, temen que no haya tenido mucha suerte en la vida, porque no han tenido más noticias de él.
Los pueblos andaluces han sido tradicionalmente solidarios, y como muestra éstos dos casos. Este solidaridad sigue a día de hoy. Esta semana han llegado los niños saharauis procedentes de los campos de Refugiados de Tindouf a Sevilla, para pasar una vacaciones en paz en municipios sevillanos, un programa solidario que se desarrolla en nuestra tierra de forma ininterrumpida desde hace décadas.
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